Transamazónicas



   Borradores, trazos, ideas que conectan o tratan de conectar una historia sobre glenda, siempre en edición (no se asuste si encuentra párrafos que no tienen sentido y no se conectan con la historia, son notas de campo que deberán articularse con lo que se escribe en el proceso de .... Escribir)

Versión 3 
4 de diciembre de 2016
Transamazónicas

i
Buenos días a todos los oyentes de La emisora del sur, Azul, la que le acompaña hasta en sus más desquiciados destinos. En esta madrugada de río y selva nos acompaña la tripulación que espera llegar a San Blas. Experimentamos turbulencias y ventarrones. El avión del vuelo 454 ha decidido actuar como el Lobo del Aire y, en un intento por evitar la turbulencia, ha caído algo así como 1000 metros haciendo volar a un par de azafatas, y gritar a todos los pasajeros de la cola que se golpearon con la cabina del equipaje de mano en la maniobra. En estos momentos nos encontramos bailando de lado a lado, como si el avión supiera reggeatón, evitando otros chubascos y nubarrones. En este avión se encuentra Glenda, que ríe nerviosamente después de creer que moriría. Porque cuando el avión se precipitó hacia el suelo, ella tenía la certeza de que en cualquier momento la trompa del vehículo se estrellaría contra el Río y todo el armazón se doblaría como una lata aplastada; tomó con fuerza los descansabrazos esperando a que la silla de adelante la estripara contra la silla de atrás, y luego contra la de atrás, y así sucesivamente. Decidió que no quería sobrevivir porque quedar herida en medio de la selva le parecía peor que morir. 
Ahora ríe mientras el hombre grandote del lado le dice que creyó que todo se había acabado y, entre risas, le enseña las manos, también grandes, que tiemblan sin control. ¿Y si todo hubiera acabado? se pregunta Glenda. Sí señores, como lo imaginan, se lo pregunta de forma existencial. Lo más intrigante de esta situación es que Glenda no vio pasar por sus ojos imágenes de su vida, ni pensó que debió hacer algo mejor, o terminar algún proyecto. Y eso es bastante raro teniendo en cuenta que está regresando a San Blas porque no quiso continuar con las clases en la facultad de arte de la Universidad de Río de Janeiro. Uno diría, lo más lógico es que ella se baje del avión y se devuelva inmediatamente a Río a retomar sus estudios, pero no. Ella está convencida de que eso no es lo que debe pensar después de experimentar el filo de la muerte. Podríamos recibir llamadas del público de Azul, la emisora del Sur para que opine sobre las cuestiones que Glenda, esta chica guapa de 29 años, debería haber reflexionado después de una experiencia mortal como esta, pero no lo haremos porque sabemos sus respuestas: mejorar el mundo, aprovechar a sus abuelos, que en realidad son sus padres, ir a la escuela, poner una fundación, hacer “arte”, etc. Y no es que Glenda haya descartado esas posibilidades, lo que sucede es que Glenda sabe que esas no son razones para vivir. 
Su conclusión, después de pensar que las azafatas se han reunido en la parte de adelante del avión a cuchichear de manera sospechosa, es que necesita un proyecto. Pero antes de definir qué tipo de proyecto, quiere tener la certeza de que saldrá viva del Lobo del Aire. Por un momento piensa en enrolarse como azafata y no ser una perra canalla  con cara de robot que dice que todo está bien cuando claramente estuvieron a punto de morir. Se imagina como la azafata punkera. Haría una gran entrada, se deslizaría como Michael Jackson hacia la mitad del avión, con sus crespos verdes y el uniforme parcialmente roto, con un na na na na na na na; na na na na na na na; na na na na na na na Glendaaaaa, en lugar de Batmaaaaan, y luego diría en una voz muy cordial, queridos pasajeros, que no panda el cúnico, lo peor que podemos hacer es estallar en descontrol, preparémonos para la muerte con dignidad y entereza; la posición de impacto es así. Se sentaría en el suelo con las rodillas y pantorrillas en el piso, abrazando sus muslos y poniendo sobre las rodillas sus crespos verdes y morados, aunque también se verían bien rojos y amarillos. Otra turbulencia y se riega el agua que Glenda había sacado de su bolso para calmarse. 
¡Focus Glenda! Un proyecto, se dice, esa búsqueda es lo importante, ni Batman, ni el agua, ni el avión cayéndose, ni ninguna emisora que se llame Azul. Porque como diría su abuelita, uno no puede vivir como un barco a la deriva, estudiando cuatro carreras diferentes sin culminar, uno debe tener un plan, planear, como planea este avión sobre el río amazonas, se imagina extendiendo los brazos y jugando a los aviones con Tiago, su compañero de facultad, en las tardes de invierno en Ipanema. Cayendo y riendo, borrachos, invadidos por la arena, escuchando el mar, acostados en la playa viendo las nubes, el cielo azul, como esa aerolínea en la que viaja, AZUL, AZUL de pilotos y azafatas de mierda, como la emisora que ahora mismo imagina, Azul, la emisora del Sur. Y en el avión que aterriza de manera aparatosa, una azafata con cara de robot, de sonrisas fingidas les dice que gracias, y que tengan un maravilloso día Azul. Y así es, querido público, que a las cinco de la mañana Glenda aterriza en el pequeño y casi desmantelado aeropuerto de San Blas, el lugar donde nació. 


ii.
Buenas noches querido público de San Blas, experimentamos un clima turbulento, Glenda presenta inundaciones en todo el cuerpo, su visibilidad es nula por el tamaño de los goterones, y no puede escuchar casi nada más que agua cayendo y relámpagos. El último de ellos ha caído en algún lugar de San Blas, levantando chispitas a lo largo del cableado público y provocando un apagón. Glenda camina por intuición en dirección a la casa de Licha, el conocido salsero de San Blas. Rechina sus dientes y se detiene cuando esta narración lo saca a colación, desespera por narrarse y se sienta en un andén a llorar hasta que al menos su cabeza deje de decirla. Suspira. Silencio. Un motocarro se para frente a ella y le pregunta si necesita que la lleven. El conductor, un indígena que habla mal español, insiste en llevarla gratis, dice, por favor niña, protéjase de la lluvia y los truenos. Ella sube al motocarro y le indica la dirección. ¿Está bien? Le ha preguntado el motocarrista, pero Glenda no cede, y asiente con media sonrisa. El hombre insiste: se ve triste. ¿Por qué está afuera con esta tormenta? Su relación con Dios no va muy bien, ¿cierto? 
Sí señores, ha preguntado por Dios. Glenda para de llorar y lo mira entre curiosa y furibunda. ¿Con dios? Repite. El indígena ha respondido de manera positiva señores, Glenda ha escuchado bien, con ¡Yisus craist! Anímese, póngase feliz, insiste el conductor, por allá arriba están bailando, ¿no ve los truenos? Nosotros debemos estar felices, y con los que nos quieren.
Los dioses no han parado de bailar y estamos con Glenda en la casa de Licha que la mira con curiosidad. Le ha servido dos tragos de Chuchuasa, un vino local hecho de palma. Este hombrenonón, de dos metros, piel bronceada, ejercitado, cabellos largos, crespos y canosos, se ha sentado frente a ella algo así como dos minutos a mirarla como la mira siempre que quiere que ella hable, con mirada de papá. Bueno Glenda, ya basta, ¿qué pasa?, le ha dicho Licha. Ella se reacomoda en la silla y recoge sus piernas entre sus brazos como una infante y procede a decir: No es nada Licha, usted sabe que a veces me pasan estas cosas. El hombre con un gesto cansado le dice que si es por ese pibe… Glenda, vas a tener muchos exnovios, dejáte de tanta guevada. 
En la mesa de centro de la sala Licha tiene un montón de revistas y periódicos apilados. Ella los observa curiosa, Licha parece desesperar y cambia la lista de reproducción de fusión a salsa vieja. Suena Willie Colón. Mi sueño, Glenda sabe que es Mi sueño porque era una canción que su mamá tarareaba cuando era pequeña. Bailaba sola, cuando las dos vivían en el apartaestudio de la Quinta, con el sol cayendo directo sobre los pisos de cerámica haciendo más difícil la lucha contra el calor. Doña Teresa, la mamá de Glenda, sonreía y bailaba un poco ebria en las tardes en las que no tenía que trabajar. En ese entonces, recuerda nuestra heroína, Doña Teresa escuchaba Willie Colón y dibujaba con ella cosas extrañísimas, casas caminando, insectos con órganos humanos, personas sin ojos, oídos, piernas, todas reemplazadas por cables, alas, parlantes. Glenda siente ganas de llorar pero Licha la interrumpe hablándole de los periódicos. Explica que son de Lida, su mujer. Ella está haciendo una investigación sobre las notas de prensa de la región que abordan la minería, y para eso ha reunido muchos ejemplares de periódicos de los últimos cuarenta años. Glenda se acerca a ellos y revisa un par de 2005, casi todos los titulares se refieren a la mina de oro. En uno de ellos ve el nombre de su tío. Juan Benavides. Es sobre la celebración del quinto aniversario de la muerte de su tío por allá en el 2010. Al verlo en la foto reconoció su parecido. Moreno, de ojos grandes y cejas pobladas. Le muestra el periódico sin ganas a Licha. Ese es mi tío... era. Según lo que cuenta la abuela Ceci, lo mataron porque estaba enredado con el problema de la mina de los Buenahora. Se rumoraba que mi tío andaba enamorado de la dueña de la mina, y que el esposo de ella lo mandó a asesinar, a él, a su esposa, y a sus hijos. Juan era un tipo correcto, ¿sabes? La abuela Ceci dice que iba a ser muy importante. Fue el primero que se graduó de la universidad entre todos los tíos, y tenía un buen empleo en la gobernación. Había hecho políticas bonitas, Ceci dice que montó la casa de la mujer, y la oficina para los gays y lesbianas, y fue el primero que intentó hacer el reinado del Pomorroso. Lo querían mucho.
Licha sirve más Chuchuasa y le dice que se parece a ella. A ella también la quieren mucho. Exactamente le dice: Pon tus cosas en orden, y no te dejés morir tan joven como tu tío. Y ella, en un giro dramático e innecesario le responde: él no se dejó morir, a él Lo mataron. 

iii.                   
Cuando abrió los ojos en el primer amanecer de San Blas, a eso de las cinco de la mañana, fue raptado por una sensación de abandono que se concretaba con el traslado de sus compañeros de trabajo a los campamentos de selva adentro. Se podría decir que no eran sólo sus compañeros, sino más bien sus amigos, los pocos que le quedaban después de tantos meses de crisis y escándalos. 
Pero no era sólo que se fueran los tres pelagatos con los que podía sostener una conversación de más de diez minutos, también estaba el tema de Glenda. Glenda desdibujándose grosera y torpe como si el saber que se iba a ir desde el principio le diera licencia para perder el estilo. Le dolió un poco esa ausencia de Glenda en el cuerpo, y en su erección de ahora, durante el segundo amanecer de San Blas, que es algo así como a las siete de la mañana, cuando el sol lo saca a uno del chinchorro por puro calor. 
A Glenda la reconoció risueña en Makumba, el bar de rock del pueblo. Ya la conocía de su infancia en San Blas, antes de mudarse a Otra Parte a adelantar sus estudios, y la recordaba como una niña pequeña, dulce y callada. Esta nueva Glenda, la de Makumba de hace tres años, era de fácil sonrisas y sexo, con ojos de historias increíbles, grandes, perlados, y con preguntas risibles que le abrían camino a sus sueños gaseosos. Porque ella siempre quiso una historia así, de viajes, de caminantes, de protagonista de novela gringo, pobre y vagabundo de los años 40, sólo que a ella no se le daba ese espíritu. 
Él había llegado de uno de los campos de Selva Adentro con esa barba de tres meses, sus cabellos largos, y dos aguacates. Había mucha gente de Otra Parte, algunos traficantes, unos soldados, y muchos, pero muchos artesanos, y entre la cerveza que agarraba y los aguacates, uno cayó enfilado a los pies de Glenda que, torpe, lo pateó, tropezó y salió invicta levantándolo y entregándoselo. ¿Quieres aguacate, Glenda?, ella le respondió que no, que gracias, que ya tenía en su casa, y se sentó en una mesa de gente de cara de amigos geeks, de muchos tenis y aire acondicionado, y jugó con ellos Solo Uno en el bar toda la noche. 
Es un poco triste, para el exnovio de Glenda, que todo le haya salido tan mágicamente mal, porque fue como si alguna barrabasada de Paulo Coelho se hiciera realidad y el mundo hubiera conspirado en su contra. Cuando Glenda lo invitó una tarde a tomarse un vino al único café con aire acondicionado y música hipster de San Blas, el pobre exnovio de Glenda andaba alucinado pensando que esa sería la forma en que la chica, mitad San Blaseña y mitad Porteña, había elegido para decir gracias por el tremendo sexo oral del día anterior, y él le iba proponer que se fueran a toquetearse a la Cueva Negra, en el campamento número cuatro de Selva Adentro a donde lo acababan de trasladar. Pero la conversación comenzó y terminó catastróficamente. Primero con el exnovio de Glenda atragantándose con el mal Merlot que le habían servido, pues ella había preguntado ¿y es cierto que tú tienes algo con Dolores Serrano? 
¿Y cómo explicarle que no?
-No Glen, no tengo nada con ella. 
-Entonces, -dijo ese día la chica, -¿por qué hay unas fotos de ella en tus archivos del trabajo?... ¿Por qué le compraste regalos en la boutique de Mireyita?... ¿Qué hacías en la Canoa comiendo el día de la fiesta de su cumpleaños? …Y, por favor, explícame cómo es que su hijo tiene tu apellido. 
Y el exnovio de Glenda fue incapaz de explicar, porque ante todas las pruebas, hasta él dudaba de si tenía algo o no con Dolores Serrano. Luego de negarlo, y renegarlo durante horas, Glenda se levantó de la mesa y se convirtió en esa bruja extraña con la que convivió el siguiente mes, una mujer que se sentaba a comer atún con aguacate en el mesón de la cocina y le decía ¿qué va a comer el Doctor Serrano? Esa que aparecía después de sonreír de placer en las mañanas, que abría los ojos airada como reconociéndolo después del sexo, y le preguntaba si le había enviado la mesada a su hijo. 
Era realmente imposible explicarle a Glenda por qué todos esos indicios se unieron casualmente para que pareciera que él tenía una relación con Serrano, a lo mejor por esa certeza nunca se gastó el tiempo de decirle la verdad. 
Y una mañana, antes del segundo amanecer de San Blas, Glenda se había mudado a la casa de su abuela a las afueras del pueblo. Para enterarse de ello, tuvo que seguirla en su bicicleta durante días, alcanzar el bus intermunicipal que Glenda tomaba en las tardes al salir del trabajo, del que se bajaba en el kilómetro 14 vía a San Juan del Río Seco, y caminar en silencio por un camino hecho de pasos siguiéndola sin ser visto hasta la casona de su familia. Dejó de verla dos meses, en los que viajó al campamento de selva adentro, y cuando regresó la encontró riendo a carcajadas con un travesti, comían helado como colegialas, ella le miraba dulce con sus cabellos azulados y crespos cayéndole con gracia sobre la mejilla. 
Glenda le hubiera dejado de molestar si no fuera por Margarita, una wanna be de Otra Parte que al parecer se volvió su íntima amiga durante la separación, antes de que se mudara a Río. Él no tenía ni la menor idea de quién era la tal Margarita, sabía que andaba por ahí una chica que amaba la cerveza y era tan crespa como Glenda, pero de cabello abundante y negro, y trabajaba en San Blas por una temporada como todos esos funcionaritos perdedores de Otra Parte que llegan al pueblo. La conoció porque uno de sus compañeros se la estaba follando, o lo intentaba, en realidad le importaba cinco pesos lo que hacía el Cristiano con su pija, pero andaba prendado de la pelada, y cuando terminó en la mesa de ellos en el bar, lo miró fijamente y le dijo, yo que sé quién eres, tu eres el exnovio de Glenda. 
Ser el exnovio de Glenda lo aturdió a tal punto que debió decirle primero que su nombre no era ese, y nunca supo si la wannabe lo llamaba así por torpe o por perra, lo cierto es que nunca tuvo el decoro de llamarlo por su nombre. Y era una  ridiculez porque la pendejita esa hasta le caía bien, y podía ser algo interesante, sino se aferrara a la memoria, y a la presencia de alguien como Glenda, que era otra fantochita moviéndose por el pueblo como la más progresista nueva onda y alternativa, ahora sí algo perturbada desde que se la pasaba con esa partida de maricas desocupados que no tenían trabajo y se la pasaban acabando con los subsidios para investigación de la gobernación con proyectos “culturales”.  Lo segundo que le dijo a Margarita es que nunca más le hablara de Glenda, porque al final ni valía la pena. Las viejas como Glenda son de ese estilito profundo vacío, si por casualidad le preguntaran cuál es su color favorito, respondería una chabacanería del tipo, el dolor rojizo de las supernovas a punto de estallar. Y vaya uno a saber si ella tiene alguna idea de astrofísica, o si lo dice porque encontró una laminita del álbum natural con alguna imagen ochentera de lo que los físicos de entonces pensaban que era una supernova. 
Pero nada de eso importa ya, porque Glenda vive en Río de Janeiro. Su parada en San Blas es temporal, dos semanas como mucho. Tendrá que terminar su nueva carrera, en dos o tres años y, para cuando ella regrese, el exnovio ya estará en Otra Parte en algún cargo intermedio de oficina que le permitirá descansar de tanta selva. 
Se levanta del chinchorro a las nueve de la mañana, un poco hastiado por recordar a Glenda. Ha dejado unos aretes y una pañoleta sobre la mesa del comedor la noche anterior, antes de salir furibunda en medio del aguacero. Los mira detenidamente mientras desayuna aguacate con atún. Se lava los dientes buscando en su pequeño apartamento las llaves de la moto. Se encuentra con Stampy, la pistola de agua en forma de caballito de mar con la que jugaban cuando eran unos idiotas. Envuelve el arma, y los aretes en la pañoleta, guarda todo en su morral y se va a trabajar.  


iv.                 
Es inevitable pensar en la riqueza cultural de la Selva cuando uno ve entrar a la señorita Ají picante (1.75 de estatura, 60 kilos, medidas: 63 – 57 - 83) ataviada con un colorido vestido de ajíes verdes, rojos y amarillos, que cae en una falda a media pierna verde, y combina con sus zapatos naranja. También es agradable ver que las rencillas y peleas se dejan a un lado para la organización y puesta en escena del reinado de la Pomorrosa. La señorita Celina (1.72 de estatura, 61 kilos, medidas: 70 – 61 - 87), que para todos los San Blaseños es sabido, no podía ni acercarse a veinte metros de la señorita Manuela (1.84 de estatura, 61 kilos, medidas: 74 – 72 - 77), ahora se encuentra con ésta última ensayando los pasos de la presentación inicial para la apertura del reinado.  
El reinado hace parte del acervo cultural de nuestro municipio hace quince años; en él han participado indígenas, afro, colonos y todos los interesados. Su organización ha estado encabezada durante años por la asociación de personas LGBTI dirigida por Juancho Piquitos, también candidata en este año, quien asumió este papel cuando el fundador del reinado, Juan Benavides, murió. También es de resaltar que en esta ocasión sea Glenda Luna, la sobrina de Benavides, quien coordine la logística del reinado y se encargue de oficios varios, como ahora mismo la encontramos, cosiendo la falda de la señorita Paulina (1.63 de estatura, 60 kilos, 100 – 69 - 75) que hace pucheros por no contar con un disfraz apropiado para la 
-¡BASTA! –grita Glenda. Arroja el hilo y la aguja y se sienta en el suelo con las manos en la cabeza. Las chicas la miran atónitas. 
-Tranquila Glen, no es para tanto. Dame aquí y yo le arreglo la falda a Paulina. –Se acerca Marlene. Juancho Piquitos ayuda a que Glenda se ponga en pie y la saca de la carpa. 
-¿Qué te pasa chiqui?, estás muy extraña. ¿Estás bien?  
Juancho Piquitos (1.74 de estatura, 69 kilos, medidas: 90 – 71 - 88), sin duda, está haciendo puntos para ganar el premio a Miss Simpatía, y puede lograrlo, su talento es hacer malabares utilizando cuchillos y antorchas, que por mucho superan las habilidades de las demás concursantes. 
-Glen, ey, ¿estás ahí? 
-Sí. Estoy distraída. Hacen falta al menos tres concursantes, y no hay tantas chicas trans en San Blas. Alguien más tendrá que participar y no creo que pueda convencer a alguno de los chicos para que se meta al concurso sin tomárselo como una broma. 
-¿Y por qué tiene que ser un chico? Tú podrías participar. 
Glenda mira hacia la calle, que parece hervir con el sol de mediodía. La señorita Glenda, 1.59 de estatura, 57 kilos, medidas 110 – 73? -120?. 
-Necesitamos chicas sexys Piquitos, yo no entro en ese rollo. 
-¿Te estás escuchando, Glen? Esto se trata de divertirnos, y de que nos vean. No importa que no te sientas sexy, o que seas diferente, todas somos distintas. 
-Bueno, no sé. Igual faltan más chicas. Y yo tendré que estar mirando que las cosas funcionen ese día del evento. No puedo participar. Por ahora lo importante es conseguir más medias veladas, todas las rompen sin consideración, pero además no entiendo para qué las necesitan si estamos en tierra caliente. 
Piquitos sonríe como una verdadera Diva, demostrando de nuevo por qué puede ser la ganadora de este evento. Marlene (1.77 de estatura, 70 kilos, medidas: 89 – 72 – 95) se acerca, luce un caminar elegante con la ropa de ensayo de la coreografía. Marlene es estudiante de enfermería de la universidad técnica a distancia de San Mateo. Le gusta la bachata, los helados de chocolate y las motos grandes. Ha sido una destacada corredora, ganando dos veces la carrera anual de motos que se realiza alrededor del parque central en la alborada. 
-Está lista la falda de Paulina. 
-¿Te gustan las motos? – pregunta Glenda recibiendo la aguja y el hilo. 
-Si… creo. 
-No me estoy sintiendo bien. Tengo que descansar, tengo que salir de aquí. Piquitos termina la coreografía, yo hago las llamadas para cuadrar la logística de los parlantes, la tarima y el presentador, y esta tarde te cuento. Si pueden hablar con alguien sería genial, necesitamos tres chicas más como mínimo para hacer el reinado. 
Glenda se sube a su moto destartalada y maneja, como siempre lo hace, a una velocidad de reina. Tendría oportunidad si se decidiera a participar en la contienda, pero en este momento está bastante estresada pensando en la logística del 13 de octubre, cuando se realizará la coronación de Miss Pomarrosa. 
Esperaremos que el inconveniente con las postulantes faltantes pueda resolverse. La coordinación del evento podría pensar en
-Soy yo, ¡por dios!, ¡no existe tal cosa como “la coordinación”! 
La coordinación del evento debería tomar las cosas con más calma y disminuir la velocidad, en especial, de su moto. Para solucionar el problema de las concursantes sería bueno tener en cuenta que este reinado se trata de la transformación, del tránsito entre una oruga y una mariposa, de un él a una ella, y de incluir a otras mujeres, también deberían pasar por el ritual de la transformación hacia un él. 
-o hacia una ella.



v.                 
Uno, dos, tres, cuatro, decía Juancho Piquitos saltando con movimientos gráciles sobre la golosa. Evitaba el cuadro número cinco donde estaba la piedra, y seguía, seis, siete, ocho, nueve, y directo al CIELITO, eso era cuando Juancho todavía se vestía como niño, e intentaba, infructuosamente, jugar fútbol y la lleva con sus pares hombres; unos diabólicos niños que siempre lo golpeaban y lo mandaban llorando a jugar con Glenda a las barbies o a la golosa. Ojalá que Juancho Piquitos haya ido directamente al cielo y no esté en algún lugar del purgatorio como dijo la abuela Ceci que les pasaba a las chicas como Juancho Piquitos.
Hoy, el sol cae directo sobre las losas de los muertos, sobre la cera derretida de tantas velitas rezadas en los pies de las lápidas que están casi líquidas por el calor. Una chicharra canta tras el coro fúnebre, y la estatua de yisus, con la mano extendida hacia el cielo y los pies en puntillas como despegando a la salvación sobre la cúpula del templete del cementerio, se presiente más caliente que todos. A Glenda se le parece al propio Juancho Piquitos cuando se disfrazaba de Helenita Vargas y, en la zona negra del pueblo, se subía a cantar vitoreada por las chicas chicos, por algunos indígenas, y viejos de la gobernación. 
Es bastante loco que en un pueblo en la mitad de la selva la gente camine desde la sala de velación (frente al cementerio) hasta la iglesia (bastante lejos) y regrese de nuevo al cementerio (frente a la sala de velación), caminando (¡!). Usan ropa blanca y en su peregrinaje llevan flores, siguiendo al carro fúnebre que interfiere con el poco tránsito de San Blas. También es extraño que la gente cante un montón de canciones cristianas al modo indígena, un canto monótono, casi impenetrable; pero lo más extraño es que muchas personas han venido al velorio de Juancho piquitos, porque para nadie es un secreto que Juancho piquitos era el propio paria de San Blas. Un gay muy loca, intransigente y con poder. A lo mejor porque su muerte no tuvo nada que ver con sus haberes, sino con la imprudencia de un motociclista borracho que hacia las tres de la mañana del martes, después del partido de Colombia - Perú, cruzó el semáforo en rojo a toda velocidad, y se llevó por delante a Piquitos borracho, transeúnte, que volvía a la casa después de tremendo levante. Porque Glenda lo dejó así en la esquina, diciendo que no se iba a comer al man que se había levantado porque era un man de verdad, un man para algo serio, y Glenda, también ebria, se subió en su moto y manejó despacio hasta su casa sin saber que Piquitos el enamorado estaba agonizando en la mitad de la calle octava en el momento en el que ella se desvestía para lanzarse en la cama a dormir un profundo sueño borracho. 
Los zancudos atacan sin misericordia porque ha llovido y ha hecho mucho calor. Al frente, casi sobre el carro fúnebre, de vuelta al cementerio, está Paulina, (“La señorita Paulina”, recuerda Glenda temblando, y trata de no pensar en ninguna de sus voces, pero no puede evitar la descripción). La señorita Paulina, una indígena de Tarapacá que conoció haciéndose las uñas. Una chica con ese estilo de las chicas que se hacen chicas, pero está muy tranquila, casi como la misma Glenda, lleva un vestido blanco que se le ciñe al cuerpo y le abraza los pezones de hombre. Y Paulina le hace una sonrisa triste que, como todo lo de Paulina, no se sabe si es real o actuado, porque para que ella fuera ella, tuvo que aprender a actuar lo que quería ser (una mujer) y luego resistir las burlas, los deseos escondidos, las miradas de asco, y los curiosos que al verla sabían que estaba guapa pero que no era una mujer de esas que se hacen llamar mujeres normales. Yo me la comería, es lo que piensa Glenda esa mañana en el cementerio, la imagina desnuda, encima de ella (encima de Paulina) diciéndole Sí con ese tono agudo que sale de lo grave. 
Una trompeta fúnebre marca el fin de la caminata en un cementerio de lápidas y bóvedas organizadas como en anaqueles unas sobre otras, sin respetar ningún orden social o económico, todas desordenadas, de mármol con incrustaciones de oro, de cemento y con huellas dactilares que escribieron nombres sin cuidado, flores muertas, fotos descoloridas, calcomanías de Mickey Mouse, Mario Bros, de angelitos vestidos de rosado o azul. Sigue el coro monótono de Ave María, y Glenda escapa de la pequeña multitud y vomita tres columnas más atrás, frente a la lápida de un tal Julián Gil. A su rescate o a su pesar, se le acerca su exnovio; le pregunta si está bien; sí, sí, estoy bien. Qué pena lo de Juancho; sí, es una pena. 
-Sé que no es un buen momento, -dice el exnovio –pero creo que Juancho no murió en el accidente del borracho, creo que fue asesinado. –Glenda abre los ojos como si escuchara a un verdadero enfermo mental, y se enfoca de nuevo en la historia de conspiración antes de comenzar a narrarse recordando que está enloqueciendo –lo que he descubierto, es que alguien quiere arruinar el concurso. Quieren matar a mucha gente ahí. 
Glenda estalló en una gran carcajada, que se transformó en un ataque de llanto, y luego de nuevo a carcajadas, todo ante la mirada asombrada de los dolientes.
Tuvieron que salir del cementerio.  

vi.


La Amenaza Estéreo, la emisora que siempre está de moda en San Blas. Estamos esta tarde de extraña brisa y calma con el exnovio de Glenda. San Blas festeja, señores, el triunfo del poderoso, el deportivo Carambolo ha salido victorioso, y aunque no contamos con luz, ni agua, ni internet hace tres días, la gente ha salido a las calles en caravana, y las cornetas se escuchan hasta en la desembocadura del río Negro en el mar. En medio de la algarabía, nos hemos resguardado en el cuartito de Glenda en la casa de su abuela. El exnovio de Glenda ha llegado sudando, agitado y nos place darle la palabra ahora que lo tenemos sentado con nosotros:
-¿Cómo estás? … (silencio) Bonitos farolitos.
El exnovio de Glenda se refiere a los faroles del día de las luces y velas que la chica tuvo que usar desde algunas semanas antes por la falta de energía.
-Están hablando. Hay unos rumores extraños. La gente menciona por ahí que esto es el inicio de otra época de violencia. En el Río Negro mataron a otras dos travestis, y hay unos panfletos que dicen que van a acabar con todos aquí.
-Sí, escuché algo. –Dice Glenda.
-Es muy peligroso Glen, ¿la organización de travestis no ha activado esas cosas que activan cuando los amenazan?
-LAs amenazan. El protocolo de derechos humanos dices. No sé. No he hablado con ellas desde que se fue la luz. Pero tampoco creo que sea para tanto.
-Si es para tanto Glenda. Después de que matan a las travestis, ¿quién crees que sigue?
Glenda se ríe con ganas, San Blas, San Blas, San Blas, la amenaza estéreo.
-Supongo que los ladrones, los vagabundos, los hippies, las niñas bonitas, los estafadores…
-y nosotros.
-y nosotros, claro. ¿Cuándo vas a actuar, antes o después de que asesinen a las niñas bonitas?
-Glen, es en serio. Pille, ya he hablado con varias personas (música de suspenso), un trabajador de la planta me dijo que las amenazas esta vez van en serio. El tipo de la ONU dice que es necesario organizarse, no tenemos luz, no hay energía ni agua, estamos realmente sitiados.
¿Puede ser, San Blas, que estemos ante las primeras consecuencias del racionamiento de energía?: El trastorno mental.
-Como lo primero que están haciendo es atacar a los travestis, las travestis, perdón, estamos pensando en entrar al reinado como forma de protegerlas, protegernos a todos.
-¿“estamos pensando”?
-Si. Las líderes campesinas, mujeres y hombres, la asociación de profesores, unos de esos funcionarios de ONG, y los jóvenes Rebeledes. Las tejedoras nos van a hacer los vestidos, con material reciclable.
-Parce, ¿de qué rayos estás hablando?
-Glenda, ¿no has salido a la calle desde que se fue la luz?
No señores, no lo ha hecho. Se ha dedicado a dibujar con marcadores mapas del cementerio, de la tumba de Juancho Piquitos, de los lugares a los que él viajó, sus árboles favoritos de San Blas, su casa, su oficina, su tienda de helados favorita, el bar donde levantaba chicos, el bar donde levantaba chicas, la tienda donde tomaba cerveza cuando no tenía plata, la tienda donde compraba ropa de mujer, la otra donde compraba ropa de hombre… y esas cosas.
-La gente tiene miedo.
-¿De qué hablas?, ¡la gente está de fiesta!
-Algunos que no se quieren dejar asustar. Pero es cierto, hay algo diferente a la época de la mina. Nadie va a morir callado, eso dijeron las mujeres campesinas. Y todo el mundo les ha cogido la onda menos las travestis, todas están encerradas y desconsoladas. Necesitamos que retomen el reinado y que sigamos con el show.
-¿Eso que tienes ahí es mi pistola de agua?
-Sí. He tenido que salir armado, no vaya a ser que me cojan con los pantalones abajo
-Si me devuelves a Stampy podría pensar lo del reinado.
El exnovio de Glenda le ha disparado en la cabeza.
-Eres un idiota
San Blas, San Blas, San Blas, la emisora de la amenaza que nunca pasa de moda.

vii
Buenos días San Blas, estamos escuchando la emisora que te llevará al hospital mental. Cinco y quince de la mañana, 31 grados, aún no amanece pero ya se escuchan algunos carros y motos andar por la calle. La gente en San Blas sale a trabajar a pesar del mal olor y de la falta de servicios básicos.
Entremos en materia, el despertar de Glenda: La chica camina sin ganas hacia el baño que ahora parece una letrina. Decide desobedecer la orden expresa de la abuela Ceci y deposita el agua potable en la taza mandando los excrementos a la mierda.
Se aleja del baño hastiada, y con un paño húmedo limpia sus intimidades. A las seis de la mañana Glenda camina hacia la casa de Juancho Piquitos. Toma agua fría de su nevera y se sienta en el sofá con el cuaderno de notas de su difunto amigo. El problema es que Piquitos tenía una letra indescifrable, ahora leyendo las entradas frenéticas de los últimos días es peor.
La gobernación no ha informado la fecha en la que regresará la luz y los ciudadanos, incluida Glenda, están comenzado a sentirse nerviosos por la falta de abastecimiento de agua y energía en el municipio.
Después de dormir casi dos horas en la cama de Juancho Piquitos, los sonidos de la Pacha Mama, emisora hermana de La Amenaza Estéreo, la despiertan. Son dos pajaritos discutiendo en la ventana de la habitación.
Deja el cuaderno rojo de Juancho, navega un rato por su computador sin resultado, sin una pista sobre lo que venía trabajando. Decide ir al reinado, antes, se viste con la ropa de Piquitos, elige una bata verde, maquilla sus labios de rojo, usa unas gafas enormes y amarillas, y en un acto de desesperación por el calor y su suciedad, se afeita la cabeza con la máquina del difunto.

Uuaaaaaauuuuu!!! Estamos equipadas!
Todas apestaban, sus trajes, hermosísimos, no permiten sospechar en las fotos del evento, el nauseabundo olor de la comunidad de San Blas.





Estructura nueva
1. El avión y la voz
2. el exnovio de glenda
3. Organización y el reinado
4. El funeral (transformación muerte)
5. La visita del exniovio
6. El reinado
6. El guayabo 


Versiones anteriores: 


VERSIÓN 2
 TRANSAMAZÓNICAS
En algún momento de noviembre


I.                     

Glenda comenzó a narrarse a sí misma en tercera persona desde el evento del avión. Esta voz del narrador surgió de manera espontánea después de que el avión, entre Manaos y San Blas, enfilara su trompa hacia abajo en caída estrepitosa elevando a las azafatas, la comida, los millones de enseres, bolsos, libros, revistas y tabletas, a uno que otro pasajero que iba sin el cinturón de seguridad, sus cabellos rizados y azulosos, y al meromacho brasilero del asiento del lado, por lo que pudo ver.
La voz siguió con ella, no sabe si por comodidad o por alguna suerte de trastorno postraumático del sobreviviente. La primera alocución fue algo así como: buenos días tierra entre San Blas y Manaos, sí, porque la voz no era cualquier voz, la voz inició siendo una voz de programa radial. Buenos días a toda la gente y entidades lindas de la selva y del río Solimoes, son las tres de la mañana y experimentamos turbulencias y ventarrones. El avión del vuelo 454 con destino a San Blas ha decidido actuar como el Lobo del Aire y, en un intento por evitar la turbulencia, ha caído algo así como 1000 metros haciendo volar a un par de azafatas, y gritar a todos los pasajeros de la cola que se golpearon las cabezas con la cabina del equipaje de mano en la maniobra. En estos momentos nos encontramos bailando de lado a lado, como si el avión supiera reggeatón, evitando otros chubascos y nubarrones. En este avión se encuentra Glenda, que ríe nerviosamente después de creer que moriría. Porque cuando el avión se precipitó hacia el suelo, ella tenía la certeza de que en cualquier momento la trompa del vehículo se estrellaría contra el Rio y todo el armazón se doblaría como una lata aplastada; tomó con fuerza los descansabrazos esperando a que la silla de adelante la estripara contra la silla de atrás, y luego contra la de atrás, y así sucesivamente. Decidió que no quería sobrevivir porque quedar herida en medio de la selva le parecía peor que morir. 
Ahora ríe mientras el hombre grandote del lado le dice que creyó que todo se había acabado y, entre risas, le enseña las manos, también grandes, que tiemblan sin control. ¿Y si todo hubiera acabado? se pregunta Glenda. Sí señores, como lo imaginan, se lo pregunta de forma existencial. Lo más intrigante de esta situación es que Glenda no vio pasar por sus ojos imágenes de su vida, ni pensó que debió hacer algo mejor, o terminar algún proyecto. Y eso es bastante raro teniendo en cuenta que está regresando a San Blas porque no quiso continuar con las clases en la facultad de arte de la Universidad de Río de Janeiro. Uno diría, lo más lógico es que ella se baje del avión y se devuelva inmediatamente a Río a retomar sus estudios, pero no. Ella está convencida de que eso no es lo que debe pensar después de experimentar el filo de la muerte. Podríamos recibir llamadas del público para que opine sobre las cuestiones que Glenda, esta chica guapa de 29 años, debería haber reflexionado después de una experiencia mortal como esta, pero no lo haremos porque sabemos sus respuestas: mejorar el mundo, aprovechar a sus abuelos, que en realidad son sus padres, ir a la escuela, poner una fundación, hacer “arte”, etc. Y no es que Glenda haya descartado esas posibilidades, lo que sucede es que Glenda sabe que esas no son razones para vivir. 
Su conclusión, después de pensar que las azafatas se han reunido en la parte de adelante del avión a cuchichear de manera sospechosa, es que necesita un proyecto. Pero antes de definir qué tipo de proyecto, quiere tener la certeza de que saldrá viva del Lobo del Aire. Por un momento piensa en enrolarse como azafata y no ser una perra canalla  con cara de robot que dice que todo está bien cuando claramente estuvieron a punto de morir. Se imagina como la azafata punkera. Haría una gran entrada, se deslizaría como Michael Jackson hacia la mitad del avión, con sus crespos verdes y el uniforme parcialmente roto, con un na na na na na na na; na na na na na na na; na na na na na na na Glendaaaaa, en lugar de Batmaaaaan, y luego diría en una voz muy cordial, queridos pasajeros, que no panda el cúnico, lo peor que podemos hacer es estallar en descontrol, preparémonos para la muerte con dignidad y entereza; la posición de impacto es así. Se sentaría en el suelo con las rodillas y pantorrillas en el piso, abrazando sus muslos y poniendo sobre las rodillas sus crespos verdes y morados, aunque también se verían bien rojos y amarillos. Otra turbulencia y se riega el agua que Glenda había sacado de su bolso para calmarse. 
¡Focus Glenda! Un proyecto, se dice, esa búsqueda es lo importante, ni Batman, ni el agua, ni el avión cayéndose. Porque como diría su abuelita, uno no puede vivir como un barco a la deriva, estudiando cuatro carreras diferentes sin culminar, uno debe tener un plan, planear, como planea este avión sobre el río amazonas, se imagina extendiendo los brazos y jugando a los aviones con Tiago, su compañero de facultad, en las tardes de invierno en Ipanema. Cayendo y riendo, borrachos, invadidos por la arena, escuchando el mar, acostados en la playa viendo las nubes, el cielo azul, como esa aerolínea en la que viaja, AZUL, AZUL de pilotos y azafatas de mierda. Y en el avión que aterriza de manera aparatosa, una azafata con cara de robot de sonrisas fingidas les dice que gracias, y que tengan un maravilloso día Azul. Y así es, querido público, que a las cinco de la mañana Glenda aterriza en el pequeño y casi desmantelado aeropuerto de San Blas, el lugar donde nació. 
La voz guardó silencio algo así como dos días. En lo que Glenda llegó a la casa de crianza, la de su abuela, y arrojó su maleta al lado de la cama sin abrirla porque sabía que muy pronto abandonaría San Blas. Se cree, porque la voz no recuerda muy bien lo que sucede cuando ella no está activa, que en esos días Glenda se encontró con un par de amigos de infancia, se cortó el cabello (la mitad rapado como un militar, la otra mitad crespo y violeta cayendo sobre su quijada), compró piedras para hacer aretes, se reencontró con un viejo amor con el que tuvo algo de sexo,  terminó esa relación en una noche relampagueante de aguacero selvático, y entre rayo y rayo reapareció la voz. 
Buenas noches querido público de San Blas, experimentamos un clima turbulento, Glenda presenta inundaciones en todo el cuerpo, su visibilidad es nula por el tamaño de los goterones, y no puede escuchar casi nada más que agua cayendo y relámpagos. El último de ellos ha caído en algún lugar de San Blas, levantando chispitas a lo largo del cableado público y provocando un apagón. Glenda camina por intuición en dirección a la casa de Licha, el conocido salsero de San Blas. Rechina sus dientes y se detiene cuando esta narración lo saca a colación, desespera por narrarse y se sienta en un andén a llorar hasta que al menos su cabeza deje de decirla. Suspira. Silencio. Un motocarro se para frente a ella y le pregunta si necesita que la lleven. El conductor, un indígena que habla mal español, insiste en llevarla gratis, dice, por favor niña, protéjase de la lluvia y los truenos. Ella sube al motocarro y le indica la dirección. ¿Está bien? Le ha preguntado el motocarrista, pero Glenda no cede, y asiente con media sonrisa. El hombre insiste: se ve triste. ¿Por qué está afuera con esta tormenta? Su relación con Dios no va muy bien, ¿cierto? 
Sí señores, ha preguntado por Dios. Glenda para de llorar y lo mira entre curiosa y furibunda. ¿Con dios? Repite. El indígena ha respondido de manera positiva señores, Glenda ha escuchado bien, con ¡Yisus craist! Anímese, póngase feliz, insiste el conductor, por allá arriba están bailando, ¿no ve los truenos? Nosotros debemos estar felices, y con los que nos quieren.
Los dioses no han parado de bailar y estamos con Glenda en la casa de Licha que la mira con curiosidad. Le ha servido dos tragos de Chuchuasa, un vino local hecho de palma. Este hombrenonón, de dos metros, piel bronceada, ejercitado, cabellos largos, crespos y canosos, se ha sentado frente a ella algo así como dos minutos a mirarla como la mira siempre que quiere que ella hable, con mirada de papá. Bueno Glenda, ya basta, ¿qué pasa?, le ha dicho Licha. Ella se reacomoda en la silla y recoge sus piernas entre sus brazos como una infante y procede a decir: No es nada Licha, usted sabe que a veces me pasan estas cosas. El hombre con un gesto cansado le dice que si es por ese pibe… Glenda, vas a tener muchos exnovios, dejáte de tanta guevada. 
En la mesa de centro de la sala Licha tiene un montón de revistas y periódicos apilados. Ella los observa curiosa, Licha parece desesperar y cambia la lista de reproducción de fusión a salsa vieja. Suena Willie Colón. Mi sueño, Glenda sabe que es Mi sueño porque era una canción que su mamá tarareaba cuando era pequeña. Bailaba sola, cuando las dos vivían en el apartaestudio de la Quinta, con el sol cayendo directo sobre los pisos de cerámica haciendo más difícil la lucha contra el calor. Doña Teresa, la mamá de Glenda, sonreía y bailaba un poco ebria en las tardes en las que no tenía que trabajar. En ese entonces, recuerda nuestra heroína, Doña Teresa escuchaba Willie Colón y dibujaba con ella cosas extrañísimas, casas caminando, insectos con órganos humanos, personas sin ojos, oídos, piernas, todas reemplazadas por cables, alas, parlantes. Glenda siente ganas de llorar pero Licha la interrumpe hablándole de los periódicos. Explica que son de Lida, su mujer. Ella está haciendo una investigación sobre las notas de prensa de la región que abordan la minería, y para eso ha reunido muchos ejemplares de periódicos de los últimos cuarenta años. Glenda se acerca a ellos y revisa un par de 2005, casi todos los titulares se refieren a la mina de oro. En uno de ellos ve el nombre de su tío. Juan Benavides. Es sobre la celebración del quinto aniversario de la muerte de su tío por allá en el 2010. Al verlo en la foto reconoció su parecido. Moreno, de ojos grandes y cejas pobladas. Le muestra el periódico sin ganas a Licha. Ese es mi tío... era. Según lo que cuenta la abuela Ceci, lo mataron porque estaba enredado con el problema de la mina de los Buenahora. Se rumoraba que mi tío andaba enamorado de la dueña de la mina, y que el esposo de ella lo mandó a asesinar, a él, a su esposa, y a sus hijos. Juan era un tipo correcto, ¿sabes? La abuela Ceci dice que iba a ser muy importante. Fue el primero que se graduó de la universidad entre todos los tíos, y tenía un buen empleo en la gobernación. Había hecho políticas bonitas, Ceci dice que montó la casa de la mujer, y la oficina para los gays y lesbianas, y fue el que primero intentó hacer el reinado del Pomorroso. Lo querían mucho.
Licha sirve más Chuchuasa y le dice que se parece a ella. A ella también la quieren mucho. Exactamente le dice: Pon tus cosas en orden, y no te dejés morir tan joven como tu tío. Y ella, en un giro dramático e innecesario le responde: él no se dejó morir, a él Lo mataron. 

II.                   


Cuando abrió los ojos en el primer amanecer de San Blas, a eso de las cinco de la mañana, fue raptado por una sensación de abandono que se concretaba con el traslado de sus compañeros de trabajo a los campamentos de selva adentro. Se podría decir que no eran sólo sus compañeros, sino más bien sus amigos, los pocos que le quedaban después de tantos meses de crisis y escándalos. 
Pero no era sólo que se fueran los tres pelagatos con los que podía sostener una conversación de más de diez minutos, también estaba el tema de Glenda. Glenda desdibujándose grosera y torpe como si el saber que se iba a ir desde el principio le diera licencia para perder el estilo. Le dolió un poco esa ausencia de Glenda en el cuerpo, y en su erección de ahora, durante el segundo amanecer de San Blas, que es algo así como a las siete de la mañana, cuando el sol lo saca a uno del chinchorro por puro calor. 
A Glenda la reconoció risueña en Makumba, el bar de rock del pueblo. Y la reconoció porque la conocía de su infancia en San Blas, antes de mudarse a Otra Parte a adelantar sus estudios, y la recordaba como una niña pequeña, dulce y callada. Esta nueva Glenda, la de Makumba de hace tres años, era de fácil sonrisas y sexo, con ojos de historias increíbles, grandes, perlados, y con preguntas risibles que le abrían camino a sus sueños gaseosos. Porque ella siempre quiso una historia así, de viajes, de caminantes, de protagonista de novela gringo, pobre y vagabundo de los años 40, sólo que a ella no se le daba ese espíritu hipster. 
Él había llegado de uno de los campos de Selva Adentro con esa barba de tres meses, sus cabellos largos, y dos aguacates. Había mucha gente de Otra Parte, algunos traficantes, unos soldados, y muchos, pero muchos artesanos, y entre la cerveza que agarraba y los aguacates, uno cayó enfilado a los pies de Glenda que, torpe, lo pateó, tropezó y salió invicta levantándolo y entregándoselo. ¿Quieres aguacate, Glenda?, ella le respondió que no, que gracias, que ya tenía en su casa. Sonrió amable y le dijo que muy educada ella, que ya tenía tantos aguacates, y ella le dijo que no era por antipática, sino porque no quería que se gastara sus aguacates en ella, y se sentó en una mesa de gente de cara de amigos geeks, de muchos tenis y aire acondicionado, y jugó con ellos Solo Uno en el bar toda la noche. 
Y es un poco triste, para el exnovio de Glenda, que todo le haya salido tan mágicamente mal, porque fue como si alguna barrabasada de Paulo Coelho se hiciera realidad y el mundo hubiera conspirado en su contra. Cuando Glenda lo invitó una tarde a tomarse un vino al único café con aire acondicionado y música hipster de San Blas, el pobre exnovio de Glenda andaba alucinado pensando que esa sería la forma en que la chica, mitad San Blaseña y mitad Pereirana, había elegido para decir gracias por el tremendo sexo oral del día anterior, y él le iba proponer que se fueran a toquetearse a la Cueva Negra, en el campamento número cuatro de Selva Adentro a donde lo acababan de trasladar. Pero la conversación comenzó y terminó catastróficamente. Primero con el exnovio de Glenda atragantándose con el mal Merlot que le habían servido, pues ella había preguntado ¿y es cierto que tú tienes algo con Dolores Serrano? 
¿Y cómo explicarle que no?
-No Glen, no tengo nada con ella. 
-Entonces, -dijo ese día la chica, -¿por qué hay unas fotos de ella en tus archivos del trabajo?... ¿Por qué le compraste regalos en la boutique de Mireyita?... ¿Qué hacías en la Canoa comiendo el día de la fiesta de su cumpleaños? …Y, por favor, explícame cómo es que su hijo tiene tu apellido. 
Y el exnovio de Glenda fue incapaz de explicar, porque ante todas las pruebas, hasta él dudaba de si tenía algo o no con Dolores Serrano. Luego de negarlo, y renegarlo durante horas, Glenda se levantó de la mesa y se convirtió en esa bruja extraña con la que convivió el siguiente mes, una mujer que se sentaba a comer atún con aguacate en el mesón de la cocina y le decía ¿qué va a comer el Doctor Serrano? Esa que aparecía después de sonreír de placer en las mañanas, que abría los ojos airada como reconociéndolo después del sexo, y le preguntaba si le había enviado la mesada a junior. 
Era realmente imposible explicarle a Glenda por qué todos esos indicios se unieron casualmente para que pareciera que él tenía una relación con Serrano, a lo mejor por esa certeza nunca se gastó el tiempo de explicarle la verdad. 
Y una mañana, antes del segundo amanecer de San Blas, Glenda se había mudado a la casa de su abuela a las afueras del pueblo. Para enterarse de ello, tuvo que seguirla en su bicicleta durante días, alcanzar el bus intermunicipal que Glenda tomaba en las tardes al salir del trabajo del que se bajaba en el kilómetro 14 vía a San Juan del Río Seco, y caminar en silencio por un camino hecho de pasos siguiéndola sin ser visto hasta la casona de su familia. Dejó de verla dos meses, en los que viajó al campamento de selva adentro, y cuando regresó la encontró riendo a carcajadas con un travesti, comían helado como colegialas, ella le miraba dulce con sus cabellos azulados y crespos cayéndole con gracia sobre la mejilla. 
Glenda le hubiera dejado de molestar si no fuera por Margarita, una wanna be de Otra Parte que al parecer se volvió su íntima amiga durante la separación, antes de que se mudara a Río. Él no tenía ni la menor idea de quién era la tal Margarita, sabía que andaba por ahí una chica que amaba la cerveza y era tan crespa como Glenda, pero de cabello abundante y negro, y trabajaba en San Blas por una temporada como todos esos funcionaritos perdedores de Otra Parte que llegan al pueblo. La conoció porque uno de sus compañeros se la estaba follando, o lo intentaba, en realidad le importaba cinco pesos lo que hacía el Cristiano con su pija, pero andaba prendado de la pelada que cuando se le sentó al lado en el bar, con el grupo, lo miró fijamente y le dijo, yo que sé quién eres, tu eres el exnovio de Glenda. 
Ser el exnovio de Glenda lo aturdió a tal punto que debió decirle primero que su nombre no era ese, y nunca supo si la wannabe lo llamaba así por torpe o por perra, lo cierto es que nunca tuvo el decoro de llamarlo por su nombre. Y era una  ridiculez porque la pendejita esa hasta le caía bien, y podía ser algo interesante, sino se aferrara a la memoria, y a la presencia de alguien como Glenda, que era otra fantochita moviéndose por el pueblo como la más progresista nueva onda y alternativa, ahora sí algo perturbada desde que trabajaba con esa partida de maricas desocupados que no tenían trabajo y se la pasaban acabando con los subsidios para investigación de la gobernación con proyectos “culturales”.  Lo segundo que le dijo a Margarita es que nunca más le hablara de Glenda, porque al final ni valía la pena. Las viejas como Glenda son de ese estilito profundo vacío, si por casualidad le preguntaran cuál es su color favorito, respondería una chabacanería del tipo, el dolor rojizo de las supernovas a punto de estallar. Y vaya uno a saber si ella tiene alguna idea de astrofísica, o si lo dice porque encontró una laminita del álbum natural con alguna imagen ochentera de lo que los físicos de entonces pensaban que era una supernova. 
Pero nada de eso importa ya, porque Glenda vive en Río de Janeiro. Su parada en San Blas es temporal, dos semanas como mucho. Tendrá que terminar su nueva carrera, en dos o tres años y, para cuando ella regrese, el exnovio ya estará en Otra Parte en algún cargo intermedio de oficina que le permitirá descansar de tanta selva. 
Se levanta del chinchorro a las nueve de la mañana, un poco hastiado por recordar a Glenda. Ha dejado unos aretes y una pañoleta sobre la mesa del comedor la noche anterior, antes de salir furibunda en medio del aguacero. Los mira detenidamente mientras desayuna aguacate con atún. Se lava los dientes buscando en su pequeño apartamento las llaves de la moto. Se encuentra con Stampy, la pistola de agua en forma de caballito de mar con la que jugaban cuando eran unos idiotas. Envuelve el arma, y los aretes en la pañoleta, guarda todo en su morral y se va a trabajar.  


III.                 

Es inevitable pensar en la riqueza cultural de la Selva cuando uno ve entrar a la señorita Ají picante (1.75 de estatura, 60 kilos, medidas: 63 – 57 - 83) ataviada con un colorido vestido de ajíes verdes, rojos y amarillos, que cae en una falda a media pierna verde, y combina con sus zapatos naranja. También es agradable ver que las rencillas y peleas se dejan a un lado para la organización y puesta en escena del reinado de la Pomorrosa. La señorita Celina (1.72 de estatura, 61 kilos, medidas: 70 – 61 - 87), que para todos los San Blaseños es sabido, no podía ni acercarse a veinte metros de la señorita Manuela (1.84 de estatura, 61 kilos, medidas: 74 – 72 - 77), ahora se encuentra con ésta última ensayando los pasos de la presentación inicial para la apertura del reinado.  
El reinado hace parte del acervo cultural de nuestro municipio hace quince años; en él han participado indígenas, afro, colonos y todos los interesados. Su organización ha estado encabezada durante años por la asociación de personas LGBTI dirigida por Juancho Piquitos, también candidata en este año, quien asumió este papel cuando el fundador del reinado, Juan Benavides, murió. También es de resaltar que en esta ocasión sea Glenda Luna, la sobrina de Benavides, quien coordine la logística del reinado y se encargue de oficios varios, como ahora mismo la encontramos, cosiendo la falda de la señorita Paulina (1.63 de estatura, 60 kilos, 100 – 69 - 75) que hace pucheros por no contar con un disfraz apropiado para la 
-¡BASTA! –grita Glenda. Arroja el hilo y la aguja y se sienta en el suelo con las manos en la cabeza. Las chicas la miran atónitas. 
-Tranquila Glen, no es para tanto. Dame aquí y yo le arreglo la falda a Paulina. –Se acerca Marlene. Juancho Piquitos ayuda a que Glenda se ponga en pie y la saca de la carpa. 
-¿Qué te pasa chiqui?, estás muy extraña. ¿Estás bien?  
Juancho Piquitos (1.74 de estatura, 69 kilos, medidas: 90 – 71 - 88), sin duda, está haciendo puntos para ganar el premio a Miss Simpatía, y puede lograrlo, su talento es hacer malabares utilizando cuchillos y antorchas, que por mucho superan las habilidades de las demás concursantes. 
-Glen, ey, ¿estás ahí? 
-Sí. Estoy distraída. Hacen falta al menos tres concursantes, y no hay tantas chicas trans en San Blas. Alguien más tendrá que participar y no creo que pueda convencer a alguno de los chicos para que se meta al concurso sin tomárselo como una broma. 
-¿Y por qué tiene que ser un chico? Tú podrías participar. 
Glenda mira hacia la calle, que parece hervir con el sol de mediodía. La señorita Glenda, 1.59 de estatura, 57 kilos, medidas 110 – 73? -120?. 
-Necesitamos chicas sexys Piquitos, yo no entro en ese rollo. 
-¿Te estás escuchando, Glen? Esto se trata de divertirnos, y de que nos vean. No importa que no te sientas sexy, o que seas diferente, todas somos distintas. 
-Bueno, no sé. Igual faltan más chicas. Y yo tendré que estar mirando que las cosas funcionen ese día del evento. No puedo participar. Por ahora lo importante es conseguir más medias veladas, todas las rompen sin consideración, pero además no entiendo para qué las necesitan si estamos en tierra caliente. 
Piquitos sonríe como una verdadera Diva, demostrando de nuevo por qué puede ser la ganadora de este evento. Marlene (1.77 de estatura, 70 kilos, medidas: 89 – 72 – 95) se acerca, luce un caminar elegante con la ropa de ensayo de la coreografía. Marlene es estudiante de enfermería de la universidad técnica a distancia de San Mateo. Le gusta la bachata, los helados de chocolate y las motos grandes. Ha sido una destacada corredora, ganando dos veces la carrera anual de motos que se realiza alrededor del parque central en la alborada. 
-Está lista la falda de Paulina. 
-¿Te gustan las motos? – pregunta Glenda recibiendo la aguja y el hilo. 
-Si… creo. 
-No me estoy sintiendo bien. Tengo que descansar, tengo que salir de aquí. Piquitos termina la coreografía, yo hago las llamadas para cuadrar la logística de los parlantes, la tarima y el presentador, y esta tarde te cuento. Si pueden hablar con alguien sería genial, necesitamos tres chicas más como mínimo para hacer el reinado. 
Glenda se sube a su moto destartalada y maneja, como siempre lo hace, a una velocidad de reina. Tendría oportunidad si se decidiera a participar en la contienda, pero en este momento está bastante estresada pensando en la logística del 13 de octubre, cuando se realizará la coronación de Miss Pomarrosa. 
Esperaremos que el inconveniente con las postulantes faltantes pueda resolverse. La coordinación del evento podría pensar en
-Soy yo, ¡por dios!, ¡no existe tal cosa como “la coordinación”! 
La coordinación del evento debería tomar las cosas con más calma y disminuir la velocidad, en especial, de su moto. Para solucionar el problema de las concursantes sería bueno tener en cuenta que este reinado se trata de la transformación, del tránsito entre una oruga y una mariposa, de un él a una ella, y de incluir a otras mujeres, también deberían pasar por el ritual de la transformación hacia un él. 
-o hacia una ella.



IV.                 

Uno, dos, tres, cuatro, decía Juancho Piquitos saltando con movimientos gráciles sobre la golosa. Evitaba el cuadro número cinco donde estaba la piedra, y seguía, seis, siete, ocho, nueve, y directo al CIELITO, eso era cuando Juancho todavía se vestía como niño, e intentaba, infructuosamente, jugar fútbol y la lleva con sus pares hombres; unos diabólicos niños que siempre lo golpeaban y lo mandaban llorando a jugar con Glenda a las barbies o a la golosa. Ojalá que Juancho Piquitos haya ido directamente al cielo y no esté en algún lugar del purgatorio como dijo la abuela Ceci que les pasaba a las chicas como Juancho Piquitos.
Hoy, el sol cae directo sobre las losas de los muertos, sobre la cera derretida de tantas velitas rezadas en los pies de las lápidas que están casi líquidas por el calor. Una chicharra canta tras el coro fúnebre, y la estatua de yisus, con la mano extendida hacia el cielo y los pies en puntillas como despegando a la salvación sobre la cúpula del templete del cementerio, se presiente más caliente que todos. A Glenda se le parece al propio Juancho Piquitos cuando se disfrazaba de Helenita Vargas y, en la zona negra del pueblo, se subía a cantar vitoreada por las chicas chicos, por algunos indígenas, y viejos de la gobernación. 
Es bastante loco que en el culo del mundo (porque San Blas es algo como un ano verde que se lo están comiendo las hemorroides) la gente camine desde la sala de velación (frente al cementerio) hasta la iglesia (bastante lejos) y regrese de nuevo al cementerio (frente a la sala de velación), caminando (¡!). Usan ropa blanca y en su peregrinaje llevan flores, siguiendo al carro fúnebre que interfiere con el poco tránsito de San Blas. También es extraño que la gente cante un montón de canciones cristianas al modo indígena, un canto monótono, casi impenetrable; pero lo más extraño es que muchas personas han venido al velorio de Juancho piquitos, porque para nadie es un secreto que Juancho piquitos era el propio paria de San Blas. Un gay muy loca, intransigente y con poder. A lo mejor porque su muerte no tuvo nada que ver con sus haberes, sino con la imprudencia de un motociclista borracho que hacia las tres de la mañana del martes, después del partido de Colombia - Perú, cruzó el semáforo en rojo a toda velocidad, y se llevó por delante a Piquitos borracho, transeúnte, que volvía a la casa después de tremendo levante. Porque Glenda lo dejó así en la esquina, diciendo que no se iba a comer al man que se había levantado porque era un man de verdad, un man para algo serio, y Glenda, también ebria, se subió en su moto y manejó despacio hasta su casa sin saber que Piquitos el enamorado estaba agonizando en la mitad de la calle octava en el momento en el que ella se desvestía para lanzarse en la cama a dormir un profundo sueño borracho. 
Los zancudos atacan sin misericordia porque ha llovido y ha hecho mucho calor. Al frente, casi sobre el carro fúnebre, de vuelta al cementerio, está Paulina, (“La señorita Paulina”, recuerda Glenda temblando, y trata de no pensar en ninguna de sus voces, pero no puede evitar la descripción). La señorita Paulina, una indígena de Tarapacá que conoció haciéndose las uñas. Una chica con ese estilo de las chicas que se hacen chicas, pero muy tranquila, casi como la misma Glenda, lleva un vestido blanco que se le ciñe al cuerpo y le abraza los pezones de hombre. Y Paulina le hace una sonrisa trisque que, como todo lo de Paulina, no se sabe si es real o actuado, porque para que ella fuera ella, tuvo que aprender a actuar lo que quería ser (una mujer) y luego resistir las burlas, los deseos escondidos, las miradas de asco, y los curiosos que al verla sabían que estaba guapa pero que no era una mujer de esas que se hacen llamar mujeres normales. Yo me la comería, es lo que piensa Glenda esa mañana en el cementerio, la imagina desnuda, encima de ella (encima de Paulina) diciéndole Sí con ese tono agudo que sale de lo grave. 
Una trompeta fúnebre marca el fin de la caminata en un cementerio de lápidas y bóvedas organizadas como en anaqueles unas sobre otras, sin respetar ningún orden social o económico, todas desordenadas, de mármol con incrustaciones de oro, de cemento y las huellas dactilares que escribieron nombres sin cuidado, flores muertas, fotos descoloridas, calcomanías de Mickey Mouse, Mario Bros, de angelitos vestidos de rosado o azul. Sigue el coro monótono de Ave María, y Glenda escapa de la pequeña multitud y vomita tres columnas más atrás, frente a la lápida de un tal Julián Gil. A su rescate o a su pesar, se le acerca su exnovio; le pregunta si está bien; sí, sí, estoy bien. Qué pena lo de Juancho; sí, es una pena. 
-Sé que no es un buen momento, -dice el exnovio –pero creo que Juancho no murió en el accidente del borracho, creo que fue asesinado. –Glenda abre los ojos como si escuchara a un verdadero enfermo mental, y se enfoca de nuevo en la historia de conspiración antes de comenzar a narrarse recordando que está enloqueciendo –lo que he descubierto, es que alguien quiere arruinar el concurso. Quieren poner una bomba o algo así. 
Glenda estalló en una gran carcajada, que se transformó en un ataque de llanto, y luego de nuevo a carcajadas, todo ante la mirada asombrada de los dolientes.
Tuvieron que salir del cementerio.  


Resúmen nuevo: Glenda regresa a su pueblo natal y decide ayudar en la coordinación del reinado de la pomarrosa, mientras desarrolla un terrible trastorno de personalidad que le hace narrar cada detalle de su vida.

Estructura nueva
1. El avión y la voz
2. el exnovio de glenda
3. Organización y el reinado
4. El funeral (transformación muerte)
5. .......si ya hubo transformación... a qué se transformó?
6. La elección (el misterio del exnovio) 


VERSIÓN 1 Y NOTAS
En algún momento de octubre



1.       EL PROYECTO DE GLENDA
Glenda comenzó a narrarse a sí misma en tercera persona desde el evento del avión. Esta voz del narrador surgió de manera espontánea después de que el avión, entre Manaos y San Blas, enfilara su trompa hacia abajo en caída estrepitosa elevando a las azafatas, la comida, los millones de enseres, bolsos, libros, revistas y tabletas, a uno que otro pasajero que iba sin el cinturón de seguridad, sus cabellos rizados y morados, y al brasilero mero macho del asiento del lado, por lo que pudo ver.
La voz siguió con ella, no sabe si por comodidad o por alguna suerte de trastorno postraumático del sobreviviente. La primera alocución fue algo así como: buenos días tierra entre San Blas y Manaos, sí, porque la voz no era cualquier voz, la voz inició siendo una voz de programa radial. Buenos días a toda la gente y entidades de la selva y del río Solimoes, son las 3 de la mañana y experimentamos turbulencias y ventarrones. El avión del vuelo 454 con destino a San Blas ha decidido actuar como el Lobo del Aire y, en un intento por evitar la turbulencia, ha caído algo así como 1000 metros haciendo volar a un par de azafatas, y gritar a todos los pasajeros de la cola que se golpearon las cabezas con la cabina del equipaje de mano en la maniobra. En estos momentos nos encontramos bailando de lado a lado, como si el avión supiera reggeaton, evitando otros chubascos y nubarrones. En este avión se encuentra Glenda, que ríe nerviosamente después de creer que moriría. Porque cuando el avión se precipitó hacia el suelo, ella tenía la certeza de que en cualquier momento la trompa del vehículo se estrellaría contra el Rio y todo el armazón se doblaría como una lata aplastada; tomó con fuerza los descansabrazos esperando a que la silla de adelante la estripara contra la silla de atrás, y luego contra la de atrás, y así sucesivamente. Decidió que no quería sobrevivir porque quedar herida en medio de la selva le parecía peor que morir. Ahora ríe mientras el hombre grandote del lado le dice que creyó que todo se había acabado, y entre risas, él le muestra las manos que tiemblan sin control. ¿Y si todo hubiera acabado? se pregunta Glenda. Sí señores, como lo imaginan, querido público, se lo pregunta de forma existencial. Lo más intrigante de esta situación es que Glenda no vio pasar por sus ojos imágenes de su vida, ni pensó que debió hacer algo mejor, o terminar algún proyecto. Y eso es bastante raro teniendo en cuenta que está regresando a San Blas porque no quiso continuar con las clases en la facultad de arte de la universidad de río de janeiro. Uno diría, lo más lógico es que ella se baje del avión y se devuelva inmediatamente a Rio a retomar sus estudios, pero no. Ella está convencida que eso no es lo que debe pensar después de experimentar el filo de la muerte.
Podríamos recibir llamadas del público para que opine sobre las cuestiones que Glenda, esta chica guapa de 25 años, debería haber reflexionado después de una experiencia mortal como esta, pero no lo haremos porque sabemos sus respuestas: mejorar el mundo, aprovechar a sus abuelos, que en realidad son sus padres, ir a la escuela, poner una fundación, hacer “arte”, etc. Y no es que Glenda haya descartado esas posibilidades, lo que sucede es que Glenda sabe que esas no son razones para vivir. Su conclusión, después de pensar que las azafatas se han reunido en la parte de adelante del avión a cuchichear de manera sospechosa, es que necesita un proyecto. Pero antes de definir qué tipo de proyecto, quiere tener la certeza de que saldrá viva del Lobo del Aire. Por un momento piensa en enrolarse como azafata y no ser una perra canalla  con cara de robot que dice que todo está bien cuando claramente estuvieron a punto de morir. Sería, imagina ella, la azafata punkera. Haría una gran entrada, se deslizaría como Michael Jackson hacia la mitad del avión, con sus crespos verdes y el uniforme parcialmente roto, con un na na na na na na na; na na na na na na na; na na na na na na na Glendaaaaa, en lugar de Batmaaaaan, y luego diría en una voz muy cordial, queridos pasajeros, que no panda el cúnico, lo peor que podemos hacer es estallar en descontrol, preparémonos para la muerte con dignidad y entereza; la posición de impacto es así. Se sentaría en el suelo con las rodillas y pantorrillas en el piso, abrazando sus muslos y poniendo sobre las rodillas sus crespos verdes y morados, aunque también se verían bien rojos y amarillos. Otra turbulencia y se riega el agua que Glenda había sacado de su bolso para calmarse.
Focus Glenda! Un proyecto, se dice, esa búsqueda es lo importante, ni Batman, ni el agua, ni el avión cayéndose. Porque como diría su abuelita, uno no puede vivir como un barco a la deriva, estudiando cuatro carreras diferentes, no terminando ninguna, uno debe tener un plan, planear, como planea este avión sobre el río amazonas, Glenda vuelve a distraerse y se imagina extendiendo los brazos y jugando a los aviones con Tiago, su compañero de facultad, en las tarde de invierno en Ipanema. Cayendo y riendo, borrachos, invadidos por la arena, escuchando el mar, acostados en la playa viendo las nubes, el cielo azul, como esa aerolínea en la que viaja, AZUL, AZUL de pilotos y azafatas de mierda. Y en el avión que aterriza de manera aparatosa, una azafata con cara de robot de sonrisas fingidas les dice que gracias, y que tengan un maravilloso día Azul. Y así es, querido público, que a las 5 de la mañana Glenda aterriza en el pequeño y casi desmantelado aeropuerto de San Blas, el lugar donde nació.
La voz guardó silencio algo así como dos días. En lo que Glenda llegó a la casa de crianza, la de su abuela, y arrojó su maleta al lado de la cama sin abrirla porque sabía que muy pronto abandonaría San Blas. Se cree, porque la voz no recuerda muy bien lo que sucede cuando ella no está activa, que en esos días Glenda se encontró con un par de amigos de infancia, se cortó el cabello (la mitad rapado como un militar, la otra mitad crespo y violeta cayendo sobre su quijada), compró piedras para hacer aretes, se reencontró con un viejo amor con el que tuvo algo de sexo, y terminó esa relación en una noche relampagueante de aguacero selvático y entre rayo y rayo reapareció la voz.
Buenas noches querido público, experimentamos un clima turbulento, Glenda presenta inundaciones en todo el cuerpo, su visibilidad es nula por el tamaño de los goterones, y no puede escuchar casi nada más que agua cayendo y relámpagos. El último de ellos ha caído en algún lugar de San Blas, levantando chispitas a lo largo del cableado público y provocando un apagón. Glenda camina por intuición en dirección a la casa de Licha, el conocido salsero de San Blas. Rechina sus dientes y se detiene cuando esta narración lo saca a colación, desespera por narrarse y se sienta en un andén a llorar hasta que al menos su cabeza deje de escribirla. Suspira. Silencio. Un motocarro se para frente a ella y le pregunta si necesita que la lleven. El conductor, un indígena que habla mal español, insiste en llevarla gratis, dice, por favor niña, protéjase de la lluvia y los truenos. Ella sube al motocarro y le indica la dirección. ¿Está bien? Le ha preguntado el motocarrista, pero Glenda no cede, y asiente con media sonrisa. El hombre insiste: se ve triste. ¿Por qué está afuera con esta tormenta? Su relación con Dios no va muy bien, ¿cierto?
Sí señores, ha preguntado por Dios. Glenda para de llorar y lo mira entre curiosa y furibunda. ¿Con dios? Repite. El indígena ha respondido de manera positiva señores, Glenda ha escuchado bien. Con Yisus craist!
Anímese, póngase feliz, insiste el conductor, por allá arriba están bailando, ¿no ve los truenos? Nosotros debemos estar felices, y con los que nos quieren. Bueno, Glenda ha decidido que Licha estará feliz con ella. Los dioses no han parado de bailar y estamos con Glenda en la casa de Licha que la mira con curiosidad. Le ha servido dos tragos de Chuchuasa, un vino local hecho de palma. Este hombrenonón, de dos metros, piel bronceada, ejercitado, cabellos largos, crespos y canosos, se ha sentado frente a ella algo así como dos minutos a mirarla como la mira siempre que quiere que ella hable, con mirada de papá. Bueno Glenda, ya basta, ¿qué pasa?, le ha dicho Licha. Ella se reacomoda en la silla y recoge sus piernas entre sus brazos como una infante.
-No es nada Licha, usted sabe que a veces me pasan estas cosas.
-Es por ese pibe… Glenda, vas a tener muchos exnovios, dejáte de tanta guevada.
En la mesa de centro de la sala Licha tiene un montón de revistas y periódicos viejos apilados. Ella los observa curiosa, Licha parece desesperar y cambia la lista de reproducción de fusión a salsa vieja. Suena Willie Colón. Mi sueño, Glenda sabe que es Mi sueño porque era una canción que su mamá tarareaba cuando era pequeña. Bailaba sola, cuando las dos vivían en el apartaestudio de la quinta, con el sol cayendo directo sobre los pisos de cerámica haciendo más difícil la lucha contra el calor. Pero doña teresa, la mamà de Glenda, sonreía y bailaba, un poco ebria, en las tardes en las que no tenía que trabajar. En ese entonces, recuerda nuestra heroína, Doña Teresa escuchaba Willie Colón y dibujaba con ella cosas extrañísimas, casas caminando, insectos con órganos humanos, personas sin ojos, oídos, piernas, todas reemplazadas por cables, alas, parlantes. Glenda siente ganas de llorar pero Licha la interrumpe hablándole de los periódicos. Son, cuenta el hombrenonón, de Lida, su mujer. Está haciendo una investigación sobre noticias de San Blas. Glenda se acerca a ellos y revisa un par de 2005, casi todos los titulares se refieren a la mina de oro. En uno de ellos ve el nombre de su tío. Benavides. Es sobre la celebración del décimo aniversario de la muerte de su tío por allá en el 2015. Al verlo en la foto reconoció su parecido. Moreno, de ojos grandes y cejas pobladas, dientes y labios grandes.
Mira a mi tío, señala Glenda la noticia. Licha lo observa por unos instantes. Murió hace bastante tiempo. Le dice él. Y sí, murió, según lo que cuenta la abuela, porque Glenda no lo conoció, porque lo enredaron con el problema de la mina de los buenahora. Se rumoraba en esa época, que Guillermo andaba enamorado de la dueña de la mina, y que el esposo de ella lo mandó a asesinar, a él, a su esposa, y a sus hijos. Eso lo sabe porque para esa época la mamá Doña Teresa casi pierde a la propia Glenda al conocer la noticia. Benavides, le dice Glenda a Licha, era una gran persona.
No lo dudo.
Era un tipo correcto, sabes? La abuela ceci dice que iba a ser muy importante. Fue el que primero se graduó de la universidad de todos los tíos, y tenía un buen empleo en la gobernación. Había hecho políticas bonitas, ceci dice que montó la casa de la mujer, y la oficina para los gays, lesbianas y transexuales, y también hizo un acuerdo con los indígenas para aumentar el comercio de frutas y verduras. Lo querían mucho.
Se parece a vos.
Si.
A vos también te quieren mucho. Pon tus cosas en orden, y no te dejés morir tan joven como tu tío.
Él no se dejó morir. Lo mataron.
Licha ha guardado silencio y ella lee la noticia del aniversario de la muerte. No queda satisfecha.
Silencio.
Llueve afuera y la voz no deja de narrar todo lo que sucede. Glenda, menos inundada que hace unas horas, cuando llegó a la casa de licha, recuerda que fue justamente a causa de la muerte de Benavides que su mamá se aficionó al alcohol, que dejó a su papá, y que poco después la dejó a ella.


Mi esposa fue una gran mujer hasta que cumplimos 10 años de casados. Un día me hizo el almuerzo, como siempre, y me dijo, a la mitad del almuerzo, pepito, yo hace seis meses distingo a otro hombre, y quiero que esto de los dos se acabe. Y se fue. Y no lo esperaba. Terminé las lentejas y me fui al billar. Luego dije, me tengo que ir a la mierda, y cogí el mapa, y señalé el limite de Colombia con todo lo demás, y me atrajo el tema de que era tan perdido que sólo se pudiera llegar en avión, y me vine.

Entonces este hombre me dice que no quiere ser millonario, y yo le digo que tampoco yo quiero serlo. Y habla de la bondad y bla bla bla. Y yo le digo… pues… amigo, yo hace mucho tiempo me vengo haciendo esa pregunta, uno pa qué vive? Porque no es para hacer plata, ni para hacer el bien, pa qué vive usted. Y me dice, usted nunca ha tenido que guerrearla no? Como si toda la gente que la guerreara se preguntara eso, como si toda la gente de clase media se preguntara eso, como si toda la gente millonaria se preguntara eso.






PLOT: la voz, el avión, la decisión: un proyecto
El proyecto: Alicia y Benavides
La resolución: el silencio al alcanzar el proyecto.







2.       TRANSAMAZÓNICAS

Uno, dos, tres, cuatro, decía Juancho Piquitos saltando con movimientos gráciles sobre la golosa. Evitaba el cuadro número cinco donde estaba la piedra, y seguía, seis, siete, ocho, nueve, y directo al CIELITO, eso era cuando Juancho todavía se vestía como niño, e intentaba, infructuosamente, jugar fútbol y la lleva con sus pares hombres; unos diabólicos niños que siempre lo golpeaban y lo mandaban llorando a jugar con Glenda a las barbies o a la golosa. Ojalá que Juancho Piquitos haya ido directamente al cielo y no esté en algún lugar del purgatorio como dijo la abuela Ceci que les pasaba a las chicas como Juancho Piquitos. Hoy el sol cae directo sobre las losas de los muertos, sobre la cera derretida de tantas velitas rezadas en los pies de las lápidas que están casi líquidas por el calor. Una chicharra canta tras el coro fúnebre, y la estatua de yisus, con la mano extendida hacia el cielo y los pies en puntillas como despegando a la salvación sobre la cúpula del templete del cementerio, se presiente más caliente que todos. A Glenda se le parece al propio Juancho Piquitos cuando se disfrazaba de Helenita Vargas y, en la zona negra del pueblo, se subía a cantar vitoreada por las chicas chicos y por algunos indígenas y viejos de la gobernación.
Es bastante loco que en el culo del mundo (porque San Blas es algo como un ano verde que se lo están comiendo las hemorroides) la gente camine desde la sala de velación (frente al cementerio) hasta la iglesia (bastante lejos) y regrese de nuevo al cementerio (frente a la sala de velación), caminando (¡!). Usan ropa blanca y en su peregrinaje llevan flores en las manos detrás del carro fúnebre interfiriendo con el poco tránsito de San Blas. También es extraño que la gente cante un montón de canciones cristianas al modo indígena, un canto monótono, casi impenetrable; pero lo más extraño es que muchas personas han venido al velorio de Juancho piquitos, porque para nadie es un secreto que Juancho piquitos era el propio paria de San Blas. Un gay muy loca, intransigente y con poder. A lo mejor porque su muerte no tuvo nada que ver con sus haberes, sino con la imprudencia de un motociclista borracho que hacia las tres de la mañana del martes, después del partido de Colombia - Perú, cruzó el semáforo en rojo a toda velocidad, y se llevó por delante a Piquitos borracho, transeúnte, que volvía a la casa después de tremendo levante. Porque Glenda lo dejó así en la esquina, diciendo que no se iba a comer al man que se había levantado porque era un man de verdad, un man para algo serio, y Glenda, también ebria, se subió en su moto y manejó despacio hasta su casa sin saber que Piquitos el enamorado estaba agonizando en la mitad de la calle octava en el momento en el que ella se desvestía para lanzarse en la cama a dormir un profundo sueño borracho.
Los zancudos atacan sin misericordia porque ha llovido y ha hecho mucho calor. Y como Glenda no sabía que la cosa era de blanco, se puso un vestido negro que hace que el sol la abochorne más de lo normal. Al frente, casi sobre el carro fúnebre, de vuelta al cementerio, está Paulina, una indígena de Tarapacá que conoció haciéndose las uñas. Una chica con ese estilo de las chicas que se hacen chicas, pero muy tranquila, casi como la misma Glenda, y lleva un vestido blanco que se le ciñe al cuerpo y le abraza los pezones de hombre. Y Paulina le hace una sonrisa trisque que, como todo lo de Paulina, no se sabe si es real o actuado, porque para que ella fuera ella, tuvo que aprender a actuar lo que quería ser (una mujer) y luego resistir las burlas, las miradas de asco, y los curiosos que al verla sabían que estaba guapa pero que no era una mujer de esas que se hacen llamar mujeres normales. Yo me la comería, es lo que piensa Glenda esa mañana en el cementerio, la imagina desnuda, encima de ella (encima de Paulina) diciéndole Sí con ese tono agudo que sale de lo grave.

Una trompeta fúnebre marca el fin de la caminata en un cementerio de lápidas y bóvedas organizadas como en anaqueles unas sobre otras, sin respetar ningún orden social o económico, todas desordenadas, de mármol con incrustaciones de oro, de cemento y las huellas dactilares que escribieron nombres sin cuidado, flores muertas, fotos descoloridas, calcomanías de Mickey Mouse, Mario Bros, de angelitos vestidos de rosado o azul. Sigue el coro monótono de Ave María, y Glenda escapa de la pequeña multitud y vomita tres columnas más atrás, frente a la lápida de un tal Julián Gil.
El exnovio de Glenda
Cuando abrió los ojos en el primer amanecer de San Blas, a eso de las cinco de la mañana, fue raptado por una sensación de abandono que se concretaba con el traslado de casi todos sus nuevos amigos. Los pocos que había logrado hacer desde que se mudó a ese pueblo. Aquellos que soportaba y hasta había aprendido a apreciar después de varias borracheras al otro lado del río, todos ellos habían sido enviados a los campos de selva adentro. Pero no era sólo que se fueran los tres pelagatos con los que podía sostener una conversación de más de diez minutos, también estaba el tema de Glenda. Glenda desdibujándose grosera y torpe como si el saber que se iba a ir desde el principio le diera licencia para perder el estilo. Le dolió un poco esa ausencia de Glenda en el cuerpo, y en su erección de ahora, durante el segundo amanecer de San Blas, que es algo así como a las siete de la mañana, cuando el sol lo saca a uno del chinchorro por puro calor.
A Glenda la conoció risueña en un bar. De fácil sonrisas y sexo, con ojos de historias increíbles, grandes, perlados, y con preguntas risibles que le abrían camino a sus sueños gaseosos. Porque ella siempre quiso una historia así, de viajes, de caminantes, de protagonista de novela gringo, pobre y vagabundo de los años 40, sólo que a ella no se le daba ese espíritu hipster. Él había llegado de uno de los campos de selva adentro con esa barba de tres meses, sus cabellos largos, y dos aguacates a un bar de mucha gente de Otra Parte, algunos traficantes, unos soldados, y muchos, pero muchos artesanos, y entre la cerveza que agarraba y los aguacates, uno cayó enfilado a los pies de Glenda que, torpe, lo pateó, tropezó y salió invicta levantándolo y entregándoselo. ¿Quieres aguacate, Glenda? Porque ya se sabía su nombre, porque ya la había visto caminar por ahí, porque ya le había parecido linda, pero le había dado pereza hablarle, coquetearle, levantársela, y ella le respondió que no, que gracias, que ya tenía en su casa. Y él estalló en una risa amable y le dijo que muy educada ella, que ya tenía tantos aguacates, y ella le dijo que no era por antipatía, sino que no quería que se gastara sus aguacates en ella, y se fue. Glenda se sentó en una mesa de gente de cara de amigos geeks, de muchos tenis y aire acondicionado, y jugó con ellos Solo Uno en el bar toda la noche.
Y es un poco triste, para el exnovio de Glenda, que todo le haya salido tan mágicamente mal, porque fue como si alguna barrabasada de Paulo Coelho se hiciera realidad y el mundo hubiera conspirado en su contra. Cuando Glenda lo invitó una tarde a tomarse un vino al único café con aire acondicionado y música hipster de San Blas, el pobre exnovio de Glenda andaba alucinado pensando que esa sería la forma de la chica mitad San Blaseña, mitad Pereirana, de decir gracias por el tremendo sexo oral del día anterior, y él le iba a decir que se fueran a toquetearse a la Cueva Negra, en el campamento número cuatro de selva adentro a donde lo acababan de trasladar. Pero la conversación comenzó y terminó catastróficamente. Primero con el exnovio de Glenda atragantándose con el mal Merlot que le habían servido, pues ella había preguntado ¿y es cierto que tú tienes algo con Dolores Serrano?
¿Y cómo explicarle que no?
-No Glen, no tengo nada con ella.
-Entonces, -dijo ese día la chica, -¿por qué hay unas fotos de ella en tus archivos del trabajo?...
¿Por qué le compraste regalos en la boutique de Mireyita?...
¿Qué hacías en la Canoa comiendo el día de la fiesta de su cumpleaños? …
Y, por favor, explícame cómo es que su hijo tiene tu apellido.
Y el exnovio de Glenda fue incapaz de explicar, porque ante todas las pruebas, hasta él dudaba de si tenía algo o no con Dolores Serrano. Luego de negarlo, y renegarlo durante horas, Glenda se levantó de la mesa y se convirtió en esa bruja extraña con la que convivió el siguiente mes, una mujer que se sentaba a comer atún con aguacate en el mesón de la cocina y le decía ¿qué va a comer el Doctor Serrano? Esa que aparecía después de sonreír de placer en las mañanas, que abría los ojos airada como reconociéndolo después del sexo, y le preguntaba si le había enviado la mesada a junior.
Era realmente imposible explicarle a Glenda por qué todos esos indicios se unieron casualmente para que pareciera que él tenía una relación con Serrano, a lo mejor por esa certeza nunca se gastó el tiempo de explicarle la verdad.
Y una mañana, antes del segundo amanecer de San Blas, Glenda se había mudado a la casa de su abuela a las afueras del pueblo. Para enterarse de ello, tuvo que seguirla en su bicicleta durante días, alcanzar el bus intermunicipal que Glenda tomaba en las tardes al salir del trabajo del que se bajaba en el kilómetro 14 vía a San Juan del Río Seco, y caminar en silencio por un camino hecho de pasos siguiéndola sin ser visto hasta la casona de su familia. Dejó de verla dos meses, en los que viajó al campamento de selva adentro, y cuando regresó la encontró riendo a carcajadas con un travesti, comían helado como colegialas, ella miraba dulce con su mechón de pelo morado y crespo cayéndole con gracia sobre su mejilla.
Glenda le hubiera dejado de molestar si no fuera por Margarita, una wanna be de Otra Parte que al parecer se volvió su íntima amiga durante la separación. Él no tenía ni la menor idea de quién era ella, sabía que andaba por ahí una chica que amaba la cerveza y era tan crespa como Glenda, pero de cabello abundante y rojo, y trabajaba en San Blas por una temporada como todos esos funcionaritos perdedores de Otra Parte que llegan al pueblo. La conoció porque uno de sus compañeros se la estaba follando, o lo intentaba, en realidad le importaba cinco pesos lo que hacía el Cristiano con su pija, pero andaba prendado de la pelada que cuando se le sentó al lado en el bar, con el grupo, lo miró fijamente y le dijo, yo que sé quién eres, tu eres el exnovio de Glenda.
Ser el exnovio de Glenda lo aturdió a tal punto que debió decirle primero que su nombre no era ese, y nunca supo si la wannabe lo llamaba así por torpe o por perra, lo cierto es que nunca tuvo el decoro de llamarlo por su nombre. Y era una  ridiculez porque la pendejita esa hasta le caía bien, y podía ser algo interesante, sino se aferrara a la memoria, y a la presencia de alguien como Glenda, que era otra fantochita moviéndose por el pueblo como la más progresista nueva onda y alternativa, ahora sí algo perturbada desde que trabajaba con esa partida de maricas desocupados que no tenían trabajo y se la pasaban acabando con los subsidios para investigación de la gobernación con proyectos “culturales”.  Lo segundo que le dijo a Margarita es que nunca más le hablara de Glenda, porque al final ni valía la pena. Las viejas como Glenda son de ese estilito profundo vacío, si por casualidad le preguntaran cuál es su color favorito, respondería una chabacanería del tipo, el dolor rojizo de las supernovas a punto de estallar. Y vaya uno a saber si ella tiene alguna idea de astrofísica, o si lo dice porque encontró una laminita del álbum natural con alguna imagen ochentera de lo que los físicos de entonces pensaban que era una supernova. Glenda tiene esta inhabilidad social de hablar de temas hipposos de manera natural, como si mencionara el clima, el precio de la leche, el estado de las vías, el caudal del río.
Se levanta del chinchorro a las nueve de la mañana, un poco hastiado por recordar a Glenda. Desayuna un aguacate con atún, se lava los dientes buscando en su pequeño apartamento las llaves de la moto. En el closet lee por casualidad el titular de una nota de prensa de un periódico que la misma Glenda había dejado ahí antes de mudarse y que él no había botado por pereza, hastío, o comodidad. Lo cierto es que lee la nota que relata el décimo aniversario de la muerte de un tal Guillermo Benavides, un funcionario de la gobernación reconocido por ser “correcto, leal, y siempre activista del partido de la unión”. Al verlo se le pareció a Glenda. Con los ojos perlados y las cejas pobladas. Guardó el periódico en el morral y salió de su casa.
Primera carta de Benavides
Julio xxx 2005
Y si te digo que te quiero sería tan extraño como cuando la señora Paola comenzó a rascarme la barriga, a morderme las orejas y, sin que me diera cuenta, me lanzaba esos “te quiero” con casa, hijos, carro y cosas que de verdad yo no quería. Las personas de San Blas están muy locas, aunque no tanto como nosotros dos huidos en esta selva. Y yo no te quiero, ni querer quiero. Pero si te digo que te quiero sería un drama muy enredado porque tú y yo estamos locos Lucas, y te agarraría de la mano y no te soltaría, ni dejarte dar el sol en las piernas, Flaca, te diría cosas que no deben ser dichas y lanzaría otras secreciones que es mejor que no sepas, porque tampoco te digo que te quiero.
Pero me gusta esto de quererte sin hacerlo, fantasear con el deseo de alguien sin nombre como si al hacerlo se le fuera la vida. Y mira que nunca le había sacado el gusto a causas perdidas ni a estremecimientos inventados. Algo tendré que hacer sobre esta mujer inventada que antes de ser ficción dejó su nombre, su cuerpo, su risa perturbadora, y uno de mis mejores cinturones amarrado a la cama del único motel de San Blas.
Y esa historia que se olvida, se inventa y no existe tiene una imagen y una situación geográfica, una mujer perdida en una cueva, vigilada por el chorro de una cascada, una mujer con los ojos fijos en otro espacio y en otro tiempo. Así te soñé antes de verte por primera vez en la plaza, preguntando direcciones y caminando de la biblioteca a la iglesia y luego a la inspección de policía. Una mujer delgada, morena y de ojos claros, como tú, tragada por la selva. Salvo que yo no soy pendejo, y no te digo que te quiero porque esa mujer no eras vos, era yo en tu cuerpo a punto de morir en la selva.
Sin quererte, Flaquita.
Benavides.  

GLENDA
El inevitable calor de San Blas me hacía sudar en cantidades alarmantes. Pero estaba muy cansada, entredormida, con microsueños de un ranchero mexicano por la música que mi vecino reproducía a todo volumen sin consideración del sol, Vicente Fernández. Era la gripa infernal la que no me dejaba prender el ventilador y me separaba del cigarrillo y del alcohol. Naturalmente, sólo me quedaba el sexo, y cuando estaba a punto de levantarme a buscar mi dildo, mi fiel compañero de ansiedades y calores, me llamó Margarita diciendo que estaba abajo, que me arreglara en dos minutos porque íbamos por un jugo y alguna aventura. Todo era mejor que ese calor y esa gripa y bajé luciendo un desastre, con las narices y los cachetes colorados, una blusa enorme y sin mangas para paliar el calor, y un short raído. Margarita, lucía peligrosamente feliz, y a esa peligrosidad se le sumaban sus cabellos rojos ensortijados que por desordenados la hacían ver temeraria. Nunca se lo comenté, pero siempre tuve la sospecha de que sufría de algún trastorno mental entre la euforia y el narcisismo. Era como una pequeña niña que fumaba y reía hasta que se desdoblaba y se convertía en la tía Maruja y hablaba del deber ser de las cosas como si en realidad se tomara el mundo en serio, y agrandaba sus ojos diciendo que no aceptaba la gente falsa o cosas por el estilo. Ese día andaba tan sonriente que supe de inmediato que tenía un plan, un plan con alguien más y que me llevaría porque no soportaba estar sola. En un pueblo tan pequeño, se anda acompañado por los rumores que se dicen de uno. Sólo hay un bar de rock, cinco restaurantes, y unos pocos espacios relativamente decentes de consumo a los que íbamos casi todo lo días tratando de intercalarlos para no morir por aburrimiento.
Juancho Piquitos, dijo esa tarde Margarita, quería hablar con nosotras. Esperamos el bus con las piernas blancas dobladas sobre la calle, pues el calor y la demora nos hizo sentarnos sobre el andén sudando desesperación. Se escuchaban los grillos y los pájaros, y el calor húmedo que se nos venía sobre las espaldas proveniente de los árboles de selva que rodeaban la carretera nos aplastaba el ánimo. Ella llevaba un sombrero de abuelita que salía completamente de lugar con su pantalón y blusas negras, pero a nadie en este pueblo en realidad le importa cómo se viste la gente de Otra Parte, o será por lo que somos de Otra Parte que dejamos de vernos y de importarnos. El bus debía llevarnos a Río Negro, y allí tomaríamos un jugo con  Juancho Piquitos mi gran amiga de infancia. Juancho le había dicho a Margarita que había conocido a un tal Uriel Gutiérrez. La historia era algo así como que el tal Uriel, conocido de Marcos, el novio de Juancho Piquitos, había escuchado una conversación entre Margarita y yo sobre el hip hop y el arte urbano, y en particular se interesó en lo que mencionamos sobre las chicas trans raperas. Uriel venía pensando en explotar algún tipo de servicio desde o para (no lo tenía claro, nos explicó después) las travestis porque hay muchas en estos dos pueblos y nadie les ha puesto más que problemas y trabas. Según le explicó Uriel a Marcos, es que casi todas las travestis trabajan y tienen dinero, y ahí hay un mercado sin explotar. Juancho Piquitos, como activista gay de San Blas, que tiene contactos y sabe del tema, y algo de dinero para invertir, le dijo a Uriel que más que montar algún servicio específico, por qué no pensaba en un centro cultural  (es decir, café, teatro, peluquería, librería, taller de danza, ejercicio, estética, museo, bar etc) y que todas, todas las noches impulsara la movida gay.
Y ahí entrabamos nosotras. Según Margarita, porque nosotras habíamos viajado mucho, y mandábamos una onda medio lésbica, pero en realidad, y lo que entiendo, es porque tenemos muchos amigos y amamos a las chicas trans. Además somos muy escandalosas e infantiles y las chicas nos tienen algo de lástima juguetona.
Margarita estaba saltando tratando de quitarse la abeja imaginaria que se había enredado en su cabello, los chulos que estaban pavoneándose al lado de la carretera salieron volando espantados por el pito del bus, miré con cara de aburrimiento su llegada, porque salir de mi casa suponía un posible encuentro con mi ex, y no sabía si quería verlo.  

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Hablando de algo así fue como dio con el tema de Julián Franco. Fue con un “caminante”,  nombre que asigna a esos artesanos hippies que andan navegando por el Amazonas y construyendo collares, aretes, pulseras de semillas y xxxx fibra de xxx árbol.
El nombre de Julián Franco surgió una noche con pickyfly. Ella había pasado un día de mierda, porque la motobomba que succiona el agua freática para su casa se había arruinado, y se le dio por llamar a Pickyfly, el vagabundo más guapo del mundo, porque en su concepto, pickyfly era como un bob el constructor del amazonas, y lo que sucedió es que el hombre se fumó un porro de marihuana tan poderoso que terminó arrancando la tubería y pasando la tarde entera buscando un indicio de agua freática en el patio de Glenda para volver a enterrarlo. Entonces se desgarró tremendo aguacero con el que recogieron agua para los baños ante las miradas de reproche mamá Ceci que desde el principio sabía que si no se contrataba a un plomero la motobomba no iba a funcionar. Pickyfly dejó la tubería en el patio y cayó profundamente dormido en la cama de Glenda mientras ella casi arrancaba sus falanges con los dientes de pura desesperación de no poder hacer nada. Entonces le dio por esculcar el morral que el vagabundo había traído, y entre unas camisas terriblemente apestosas, unas semillas y una gaseosa, encontró un cuaderno y un libro sobre la selva. El libro tenía montones de comentarios al margen, flechas que relacionaban ideas, dibujos, signos de interrogación y otras cosas ilegibles.
Encendió un cigarrillo y de su celular, con la pantalla rota, eligió el álbum the stranges days de the doors, y en un movimiento suave se sentó en la cama, recostándose sobre la espalda de picky fly y abriendo con gusto el cuaderno, que supuso sería una especie de diario del vagabundo. Estaba lleno de malos dibujos que en trazos groseros hacían casi siempre formas de rostros de mujeres, arboles, hojas, y una que otra teta. La primera pregunta que le llamó la atención, porque picky fly escribía en preguntas larguísimas atravesadas de comas, y puntos y comas, y degradadas entre paréntesis, era: ¿cuánto tiempo toma para que un viajero, viajero viajante, viajero vagabundo, viajero huido (de esos que se van y se transforman y cuando vuelven no tienen nada), comience a sentirse lugareño a dónde llega (y cuánto le toma después para decidir irse de nuevo antes de que se quiera quedar?)?
Estaba bajo el trazo del rostro de una chica de ojos pequeñitos y desviados.
Una entrada relativamente larga para su estilo: no hay tal mierda esa de que la naturaleza fluye, el mundo fluye, la vida fluye. La cosa es a los trancazos, cuánto habrán sentido de verdad estos hippies de mierda que ni dignidad tienen para odiar, que fingen amor y la única sensación legítima y real que sentirán será algo de resentimiento. 


La sabiduría del cuerpo, me dijo, que brilla solito y se le sale lo que realmente es.

Junio 20 de 2016.

A mi cuñado se lo llevaron los delfines. Me dijo, le pregunté si se ahogó en el río y me aclaró que no, que se había ido con los delfines, a dónde? Dije, con los delfines, no le digo? Se fue a hacer un ritual y muchos delfines llegaron y se lo llevaron, eso fue hace ocho años. Que buen momento para recordar esa conversación, en la mitad del Lago Sin Fondo, sintiendo los mordiscos de los pescados diminutos en mi piel. Y me hundo y sueño de nuevo, como si todo lo que ya pasó, y se olvidó fuera real, y se mezclara con imágenes doradas de cosas que no han pasado, ha de ser por el porro que imagino un edificio grandísimo en dubai, al que un avión acaba de estrellar, y todos saben que el edificio sobrevivirá, pero el avión y sus pasajeros no. Salgo a respirar y me dicen que hay un delfín rosado cerca. Me preguntan si tengo la menstruación, digo que ya se está yendo y el indígena que comanda la chalupa me dice que me suba al bote de nuevo entre risas y preocupado. Subase ya. Me extiende la mano pero por el temor me hundo, e imagino, o tal vez no, que el delfin me jala hacia abajo, y me hundo y me ahogo, pero antes veo al cuñado del mototaxista de parranda con un grupo de delfines jugando cartas, y la mando del indígena me tira hacia arriba y salgo a la superficie y con un segundo tirón estoy en el bote. Y en el bote del lado dos jóvenes se han lanzado a buscarme, uno de ellos sube detrás de mi, y me mira con rabia y preocupación. Estoy bien digo mirando al suelo, mis pies, el pie drecho desde el que el delfin rosado me había tirado. Yo no lo vi entonces, a Camilo, no lo vi, ni le reconocí, ni le presentí, ni supe que desde entonces se había aprendido mi nombre, y mis piernas y mis senos. Eso lo supe después cuando le conté la hitoria del delfín.

Agosto 16
Y Glenda mira girar las aspas del ventilador. Están sucias. Por más que ella intente extender sus brazos y piernas, al estilo del hombre de Da vinci siente que el calor se le mete por los poros, impulsado justamente por el ventilador. Suspira. Todo es igual, susurra. Pero no como escobar lo dice, no todo es igual por ser luz, luz y los días, días, como si se repitieran unos tras otros. No todo es igual así, todo es igual porque no pasa nada cuando no todo es igual, cuando todo se sale de control. Se suceden una serie de torbellinos que en serio producen derrumbes espectaculares de edificios de sentido, pero una vez se acaba todo, el significado se reasienta, y todo vuelve a ser igual. Su desnudez en el suelo, la sed, el ventilador desplazando aire caliente.  Los mismos de siempre jugando los mismos aburridos juegos de siempre, con las mismas putas palabras. todo es igual.
Y lo entendió de nuevo, porque como todo es igual este tipo de ideas ya las había analizado, cuando estaba con alex, algo entre divertido y adrenalinoso, sin compromisos pero íntimo, de besos en la calle sin luz viendo las estrellas más brillantes, de agarrada de pierna en la moto a 120 km por hora, de embate en la cama y falta de ritmo. Y todo es igual por acción (follártelo cuando no te interesaba) o inacción (porque de no hacerlo estaría en el mismo punto de ahora).




-Qué estoy escribiendo y de qué se trata esto:
Personajes
GLENDA
EL EXNOVIO DE GLENDA
-ARGUMENTO:
Glenda es una especie de migrante, hippie que está buscando a Alicia Buenahora, una examante de su tío asesinado 10 años atrás por la guerrilla, ella misma desaparecida. La busca porque encontró una carta de su tío para ella.
Glenda es de San juan del Río Seco. Estudió varios semestres de arte, historia y psicología en la universidad de Pereira, nunca se graduó, y está pasando una temporada en san blas. Tiene un exnovio.

La historia se trata de ella montando un centro cultural trans con mujeres que alguna vez han oído hablar de Alicia. 

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