Borradores, trazos, ideas que conectan o tratan de conectar una
historia sobre glenda, siempre en edición (no se asuste si encuentra párrafos
que no tienen sentido y no se conectan con la historia, son notas de campo que
deberán articularse con lo que se escribe en el proceso de .... Escribir)
Versión 3
4 de diciembre de 2016
4 de diciembre de 2016
Transamazónicas
i
Buenos
días a todos los oyentes de La emisora del sur, Azul, la que le
acompaña hasta en sus más desquiciados destinos. En esta madrugada de río y
selva nos acompaña la tripulación que espera llegar a San Blas. Experimentamos turbulencias y ventarrones. El
avión del vuelo 454 ha decidido actuar como el Lobo del Aire y, en un intento
por evitar la turbulencia, ha caído algo así como 1000 metros haciendo volar a
un par de azafatas, y gritar a todos los pasajeros de la cola que se golpearon
con la cabina del equipaje de mano en la maniobra. En estos momentos nos
encontramos bailando de lado a lado, como si el avión supiera reggeatón,
evitando otros chubascos y nubarrones. En este avión se encuentra Glenda, que
ríe nerviosamente después de creer que moriría. Porque cuando el avión se
precipitó hacia el suelo, ella tenía la certeza de que en cualquier momento la
trompa del vehículo se estrellaría contra el Río y todo el armazón se doblaría
como una lata aplastada; tomó con fuerza los descansabrazos esperando a que la
silla de adelante la estripara contra la silla de atrás, y luego contra la de
atrás, y así sucesivamente. Decidió que no quería sobrevivir porque quedar
herida en medio de la selva le parecía peor que morir.
Ahora
ríe mientras el hombre grandote del lado le dice que creyó que todo se había
acabado y, entre risas, le enseña las manos, también grandes, que tiemblan sin
control. ¿Y si todo hubiera acabado? se pregunta Glenda. Sí señores, como lo
imaginan, se lo pregunta de forma existencial. Lo más intrigante de esta situación
es que Glenda no vio pasar por sus ojos imágenes de su vida, ni pensó que debió
hacer algo mejor, o terminar algún proyecto. Y eso es bastante raro teniendo en
cuenta que está regresando a San Blas porque no quiso continuar con las clases
en la facultad de arte de la Universidad de Río de Janeiro. Uno diría, lo más
lógico es que ella se baje del avión y se devuelva inmediatamente a Río a
retomar sus estudios, pero no. Ella está convencida de que eso no es lo que
debe pensar después de experimentar el filo de la muerte. Podríamos
recibir llamadas del público de Azul, la emisora del Sur para
que opine sobre las cuestiones que Glenda, esta chica guapa de 29 años, debería
haber reflexionado después de una experiencia mortal como esta, pero no lo
haremos porque sabemos sus respuestas: mejorar el mundo, aprovechar a sus
abuelos, que en realidad son sus padres, ir a la escuela, poner una fundación,
hacer “arte”, etc. Y no es que Glenda haya descartado esas posibilidades, lo
que sucede es que Glenda sabe que esas no son razones para vivir.
Su
conclusión, después de pensar que las azafatas se han reunido en la parte de
adelante del avión a cuchichear de manera sospechosa, es que necesita un
proyecto. Pero antes de definir qué tipo de proyecto, quiere tener la certeza
de que saldrá viva del Lobo del Aire. Por un momento piensa en enrolarse como
azafata y no ser una perra canalla con cara de robot que dice que todo
está bien cuando claramente estuvieron a punto de morir. Se imagina como
la azafata punkera. Haría una gran entrada, se deslizaría como
Michael Jackson hacia la mitad del avión, con sus crespos verdes y el uniforme
parcialmente roto, con un na na na na na na na; na na na na na na na; na na na
na na na na Glendaaaaa, en lugar de Batmaaaaan, y luego diría en una voz muy
cordial, queridos pasajeros, que no panda el cúnico, lo peor que podemos hacer
es estallar en descontrol, preparémonos para la muerte con dignidad y entereza;
la posición de impacto es así. Se sentaría en el suelo con las rodillas y pantorrillas
en el piso, abrazando sus muslos y poniendo sobre las rodillas sus crespos
verdes y morados, aunque también se verían bien rojos y amarillos. Otra
turbulencia y se riega el agua que Glenda había sacado de su bolso para
calmarse.
¡Focus
Glenda! Un proyecto, se dice, esa búsqueda es lo importante, ni Batman, ni el
agua, ni el avión cayéndose, ni ninguna emisora que se llame Azul. Porque como
diría su abuelita, uno no puede vivir como un barco a la deriva, estudiando
cuatro carreras diferentes sin culminar, uno debe tener un plan, planear, como
planea este avión sobre el río amazonas, se imagina extendiendo los brazos y
jugando a los aviones con Tiago, su compañero de facultad, en las tardes de
invierno en Ipanema. Cayendo y riendo, borrachos, invadidos por la arena,
escuchando el mar, acostados en la playa viendo las nubes, el cielo azul, como
esa aerolínea en la que viaja, AZUL, AZUL de pilotos y azafatas de mierda, como
la emisora que ahora mismo imagina, Azul, la emisora del Sur. Y en
el avión que aterriza de manera aparatosa, una azafata con cara de robot, de
sonrisas fingidas les dice que gracias, y que tengan un maravilloso día Azul. Y
así es, querido público, que a las cinco de la mañana Glenda aterriza en el
pequeño y casi desmantelado aeropuerto de San Blas, el lugar donde nació.
ii.
Buenas
noches querido público de San Blas, experimentamos un clima turbulento, Glenda
presenta inundaciones en todo el cuerpo, su visibilidad es nula por el tamaño
de los goterones, y no puede escuchar casi nada más que agua cayendo y
relámpagos. El último de ellos ha caído en algún lugar de San Blas, levantando
chispitas a lo largo del cableado público y provocando un apagón. Glenda camina
por intuición en dirección a la casa de Licha, el conocido salsero de San Blas.
Rechina sus dientes y se detiene cuando esta narración lo saca a colación,
desespera por narrarse y se sienta en un andén a llorar hasta que al menos su
cabeza deje de decirla. Suspira. Silencio. Un motocarro se para frente a ella y
le pregunta si necesita que la lleven. El conductor, un indígena que habla mal
español, insiste en llevarla gratis, dice, por favor niña, protéjase de la
lluvia y los truenos. Ella sube al motocarro y le indica la dirección. ¿Está
bien? Le ha preguntado el motocarrista, pero Glenda no cede, y asiente con
media sonrisa. El hombre insiste: se ve triste. ¿Por qué está afuera con esta
tormenta? Su relación con Dios no va muy bien, ¿cierto?
Sí
señores, ha preguntado por Dios. Glenda para de llorar y lo mira entre curiosa
y furibunda. ¿Con dios? Repite. El indígena ha respondido de manera positiva
señores, Glenda ha escuchado bien, con ¡Yisus craist! Anímese, póngase
feliz, insiste el conductor, por allá arriba están bailando, ¿no ve los
truenos? Nosotros debemos estar felices, y con los que nos quieren.
Los
dioses no han parado de bailar y estamos con Glenda en la casa de Licha que la
mira con curiosidad. Le ha servido dos tragos de Chuchuasa, un vino local hecho
de palma. Este hombrenonón, de dos metros, piel bronceada, ejercitado, cabellos
largos, crespos y canosos, se ha sentado frente a ella algo así como dos
minutos a mirarla como la mira siempre que quiere que ella hable, con mirada de
papá. Bueno Glenda, ya basta, ¿qué pasa?, le ha dicho Licha. Ella se reacomoda
en la silla y recoge sus piernas entre sus brazos como una infante y procede a
decir: No es nada Licha, usted sabe que a veces me pasan estas cosas. El
hombre con un gesto cansado le dice que si es por ese pibe… Glenda, vas a tener
muchos exnovios, dejáte de tanta guevada.
En
la mesa de centro de la sala Licha tiene un montón de revistas y periódicos
apilados. Ella los observa curiosa, Licha parece desesperar y cambia la lista
de reproducción de fusión a salsa vieja. Suena Willie Colón. Mi sueño, Glenda
sabe que es Mi sueño porque era una canción que su mamá tarareaba cuando era
pequeña. Bailaba sola, cuando las dos vivían en el apartaestudio de la Quinta,
con el sol cayendo directo sobre los pisos de cerámica haciendo más difícil la
lucha contra el calor. Doña Teresa, la mamá de Glenda, sonreía y bailaba un
poco ebria en las tardes en las que no tenía que trabajar. En ese entonces,
recuerda nuestra heroína, Doña Teresa escuchaba Willie Colón y dibujaba con
ella cosas extrañísimas, casas caminando, insectos con órganos humanos,
personas sin ojos, oídos, piernas, todas reemplazadas por cables, alas,
parlantes. Glenda siente ganas de llorar pero Licha la interrumpe hablándole de
los periódicos. Explica que son de Lida, su mujer. Ella está haciendo una
investigación sobre las notas de prensa de la región que abordan la minería, y
para eso ha reunido muchos ejemplares de periódicos de los últimos cuarenta
años. Glenda se acerca a ellos y revisa un par de 2005, casi todos los
titulares se refieren a la mina de oro. En uno de ellos ve el nombre de su tío.
Juan Benavides. Es sobre la celebración del quinto aniversario de la muerte de
su tío por allá en el 2010. Al verlo en la foto reconoció su parecido. Moreno,
de ojos grandes y cejas pobladas. Le muestra el periódico sin ganas a
Licha. Ese es mi tío... era. Según lo que cuenta la abuela Ceci, lo mataron
porque estaba enredado con el problema de la mina de los Buenahora. Se rumoraba
que mi tío andaba enamorado de la dueña de la mina, y que el esposo de ella lo
mandó a asesinar, a él, a su esposa, y a sus hijos. Juan era un tipo correcto,
¿sabes? La abuela Ceci dice que iba a ser muy importante. Fue el primero que se
graduó de la universidad entre todos los tíos, y tenía un buen empleo en la
gobernación. Había hecho políticas bonitas, Ceci dice que montó la casa de la
mujer, y la oficina para los gays y lesbianas, y fue el primero que intentó
hacer el reinado del Pomorroso. Lo querían mucho.
Licha
sirve más Chuchuasa y le dice que se parece a ella. A ella también la quieren
mucho. Exactamente le dice: Pon tus cosas en orden, y no te dejés morir
tan joven como tu tío. Y ella, en un giro dramático e innecesario le
responde: él no se dejó morir, a él Lo mataron.
iii.
Cuando
abrió los ojos en el primer amanecer de San Blas, a eso de las cinco de la
mañana, fue raptado por una sensación de abandono que se concretaba con el
traslado de sus compañeros de trabajo a los campamentos de selva adentro. Se
podría decir que no eran sólo sus compañeros, sino más bien sus amigos, los
pocos que le quedaban después de tantos meses de crisis y escándalos.
Pero
no era sólo que se fueran los tres pelagatos con los que podía sostener una
conversación de más de diez minutos, también estaba el tema de Glenda. Glenda
desdibujándose grosera y torpe como si el saber que se iba a ir desde el
principio le diera licencia para perder el estilo. Le dolió un poco esa
ausencia de Glenda en el cuerpo, y en su erección de ahora, durante el segundo
amanecer de San Blas, que es algo así como a las siete de la mañana, cuando el
sol lo saca a uno del chinchorro por puro calor.
A
Glenda la reconoció risueña en Makumba, el bar de rock del pueblo. Ya la
conocía de su infancia en San Blas, antes de mudarse a Otra Parte a adelantar
sus estudios, y la recordaba como una niña pequeña, dulce y callada. Esta nueva
Glenda, la de Makumba de hace tres años, era de fácil sonrisas y sexo, con ojos
de historias increíbles, grandes, perlados, y con preguntas risibles que le
abrían camino a sus sueños gaseosos. Porque ella siempre quiso una historia
así, de viajes, de caminantes, de protagonista de novela gringo, pobre y
vagabundo de los años 40, sólo que a ella no se le daba ese espíritu.
Él
había llegado de uno de los campos de Selva Adentro con esa barba de tres meses,
sus cabellos largos, y dos aguacates. Había mucha gente de Otra Parte, algunos
traficantes, unos soldados, y muchos, pero muchos artesanos, y entre la cerveza
que agarraba y los aguacates, uno cayó enfilado a los pies de Glenda que,
torpe, lo pateó, tropezó y salió invicta levantándolo y entregándoselo.
¿Quieres aguacate, Glenda?, ella le respondió que no, que gracias, que ya tenía
en su casa, y se sentó en una mesa de gente de cara de amigos geeks, de muchos
tenis y aire acondicionado, y jugó con ellos Solo Uno en el bar toda la
noche.
Es
un poco triste, para el exnovio de Glenda, que todo le haya salido tan
mágicamente mal, porque fue como si alguna barrabasada de Paulo Coelho se
hiciera realidad y el mundo hubiera conspirado en su contra. Cuando Glenda lo
invitó una tarde a tomarse un vino al único café con aire acondicionado y
música hipster de San Blas, el pobre exnovio de Glenda andaba alucinado
pensando que esa sería la forma en que la chica, mitad San Blaseña y mitad
Porteña, había elegido para decir gracias por el tremendo sexo oral del día
anterior, y él le iba proponer que se fueran a toquetearse a la Cueva Negra, en
el campamento número cuatro de Selva Adentro a donde lo acababan de trasladar.
Pero la conversación comenzó y terminó catastróficamente. Primero con el
exnovio de Glenda atragantándose con el mal Merlot que le habían servido, pues
ella había preguntado ¿y es cierto que tú tienes algo con Dolores
Serrano?
¿Y
cómo explicarle que no?
-No
Glen, no tengo nada con ella.
-Entonces,
-dijo ese día la chica, -¿por qué hay unas fotos de ella en tus archivos del
trabajo?... ¿Por qué le compraste regalos en la boutique de Mireyita?... ¿Qué
hacías en la Canoa comiendo el día de la fiesta de su cumpleaños? …Y, por
favor, explícame cómo es que su hijo tiene tu apellido.
Y
el exnovio de Glenda fue incapaz de explicar, porque ante todas las pruebas,
hasta él dudaba de si tenía algo o no con Dolores Serrano. Luego de negarlo, y
renegarlo durante horas, Glenda se levantó de la mesa y se convirtió en esa
bruja extraña con la que convivió el siguiente mes, una mujer que se sentaba a
comer atún con aguacate en el mesón de la cocina y le decía ¿qué va a comer el
Doctor Serrano? Esa que aparecía después de sonreír de placer en las mañanas, que
abría los ojos airada como reconociéndolo después del sexo, y le preguntaba si
le había enviado la mesada a su hijo.
Era
realmente imposible explicarle a Glenda por qué todos esos indicios se unieron
casualmente para que pareciera que él tenía una relación con Serrano, a lo
mejor por esa certeza nunca se gastó el tiempo de decirle la verdad.
Y
una mañana, antes del segundo amanecer de San Blas, Glenda se había mudado a la
casa de su abuela a las afueras del pueblo. Para enterarse de ello, tuvo que
seguirla en su bicicleta durante días, alcanzar el bus intermunicipal que
Glenda tomaba en las tardes al salir del trabajo, del que se bajaba en el
kilómetro 14 vía a San Juan del Río Seco, y caminar en silencio por un camino
hecho de pasos siguiéndola sin ser visto hasta la casona de su familia. Dejó de
verla dos meses, en los que viajó al campamento de selva adentro, y cuando
regresó la encontró riendo a carcajadas con un travesti, comían helado como
colegialas, ella le miraba dulce con sus cabellos azulados y crespos cayéndole
con gracia sobre la mejilla.
Glenda
le hubiera dejado de molestar si no fuera por Margarita, una wanna be de Otra
Parte que al parecer se volvió su íntima amiga durante la separación, antes de
que se mudara a Río. Él no tenía ni la menor idea de quién era la tal
Margarita, sabía que andaba por ahí una chica que amaba la cerveza y era tan
crespa como Glenda, pero de cabello abundante y negro, y trabajaba en San Blas
por una temporada como todos esos funcionaritos perdedores de Otra Parte que
llegan al pueblo. La conoció porque uno de sus compañeros se la estaba
follando, o lo intentaba, en realidad le importaba cinco pesos lo que hacía el
Cristiano con su pija, pero andaba prendado de la pelada, y cuando terminó en
la mesa de ellos en el bar, lo miró fijamente y le dijo, yo que sé quién eres,
tu eres el exnovio de Glenda.
Ser
el exnovio de Glenda lo aturdió a tal punto que debió decirle primero que su
nombre no era ese, y nunca supo si la wannabe lo llamaba así por torpe o por
perra, lo cierto es que nunca tuvo el decoro de llamarlo por su nombre. Y era
una ridiculez porque la pendejita esa hasta le caía bien, y podía ser
algo interesante, sino se aferrara a la memoria, y a la presencia de alguien
como Glenda, que era otra fantochita moviéndose por el pueblo como la más
progresista nueva onda y alternativa, ahora sí algo perturbada desde que se la
pasaba con esa partida de maricas desocupados que no tenían trabajo y se la
pasaban acabando con los subsidios para investigación de la gobernación con
proyectos “culturales”. Lo segundo que le dijo a Margarita es que nunca
más le hablara de Glenda, porque al final ni valía la pena. Las viejas como
Glenda son de ese estilito profundo vacío, si por casualidad le preguntaran
cuál es su color favorito, respondería una chabacanería del tipo, el dolor
rojizo de las supernovas a punto de estallar. Y vaya uno a saber si ella tiene
alguna idea de astrofísica, o si lo dice porque encontró una laminita del álbum
natural con alguna imagen ochentera de lo que los físicos de entonces pensaban
que era una supernova.
Pero
nada de eso importa ya, porque Glenda vive en Río de Janeiro. Su parada en San
Blas es temporal, dos semanas como mucho. Tendrá que terminar su nueva carrera,
en dos o tres años y, para cuando ella regrese, el exnovio ya estará en Otra
Parte en algún cargo intermedio de oficina que le permitirá descansar de tanta
selva.
Se
levanta del chinchorro a las nueve de la mañana, un poco hastiado por recordar
a Glenda. Ha dejado unos aretes y una pañoleta sobre la mesa del comedor la
noche anterior, antes de salir furibunda en medio del aguacero. Los mira
detenidamente mientras desayuna aguacate con atún. Se lava los dientes buscando
en su pequeño apartamento las llaves de la moto. Se encuentra con Stampy, la
pistola de agua en forma de caballito de mar con la que jugaban cuando eran
unos idiotas. Envuelve el arma, y los aretes en la pañoleta, guarda todo en su
morral y se va a trabajar.
iv.
Es
inevitable pensar en la riqueza cultural de la Selva cuando uno ve entrar a la
señorita Ají picante (1.75 de estatura, 60 kilos, medidas: 63 – 57 - 83)
ataviada con un colorido vestido de ajíes verdes, rojos y amarillos, que cae en
una falda a media pierna verde, y combina con sus zapatos naranja. También es
agradable ver que las rencillas y peleas se dejan a un lado para la
organización y puesta en escena del reinado de la Pomorrosa. La señorita Celina
(1.72 de estatura, 61 kilos, medidas: 70 – 61 - 87), que para todos los San
Blaseños es sabido, no podía ni acercarse a veinte metros de la señorita
Manuela (1.84 de estatura, 61 kilos, medidas: 74 – 72 - 77), ahora se encuentra
con ésta última ensayando los pasos de la presentación inicial para la apertura
del reinado.
El
reinado hace parte del acervo cultural de nuestro municipio hace quince años;
en él han participado indígenas, afro, colonos y todos los interesados. Su
organización ha estado encabezada durante años por la asociación de personas
LGBTI dirigida por Juancho Piquitos, también candidata en este año, quien
asumió este papel cuando el fundador del reinado, Juan Benavides, murió.
También es de resaltar que en esta ocasión sea Glenda Luna, la sobrina de
Benavides, quien coordine la logística del reinado y se encargue de oficios
varios, como ahora mismo la encontramos, cosiendo la falda de la señorita
Paulina (1.63 de estatura, 60 kilos, 100 – 69 - 75) que hace pucheros por no
contar con un disfraz apropiado para la
-¡BASTA!
–grita Glenda. Arroja el hilo y la aguja y se sienta en el suelo con las manos
en la cabeza. Las chicas la miran atónitas.
-Tranquila
Glen, no es para tanto. Dame aquí y yo le arreglo la falda a Paulina. –Se
acerca Marlene. Juancho Piquitos ayuda a que Glenda se ponga en pie y la saca
de la carpa.
-¿Qué
te pasa chiqui?, estás muy extraña. ¿Estás bien?
Juancho
Piquitos (1.74 de estatura, 69 kilos, medidas: 90 – 71 - 88), sin duda, está
haciendo puntos para ganar el premio a Miss Simpatía, y puede lograrlo, su
talento es hacer malabares utilizando cuchillos y antorchas, que por mucho
superan las habilidades de las demás concursantes.
-Glen,
ey, ¿estás ahí?
-Sí.
Estoy distraída. Hacen falta al menos tres concursantes, y no hay tantas chicas
trans en San Blas. Alguien más tendrá que participar y no creo que pueda
convencer a alguno de los chicos para que se meta al concurso sin tomárselo
como una broma.
-¿Y
por qué tiene que ser un chico? Tú podrías participar.
Glenda
mira hacia la calle, que parece hervir con el sol de mediodía. La señorita
Glenda, 1.59 de estatura, 57 kilos, medidas 110 – 73? -120?.
-Necesitamos
chicas sexys Piquitos, yo no entro en ese rollo.
-¿Te
estás escuchando, Glen? Esto se trata de divertirnos, y de que nos vean. No
importa que no te sientas sexy, o que seas diferente, todas somos
distintas.
-Bueno,
no sé. Igual faltan más chicas. Y yo tendré que estar mirando que las cosas
funcionen ese día del evento. No puedo participar. Por ahora lo importante es
conseguir más medias veladas, todas las rompen sin consideración, pero además
no entiendo para qué las necesitan si estamos en tierra caliente.
Piquitos
sonríe como una verdadera Diva, demostrando de nuevo por qué puede ser la
ganadora de este evento. Marlene (1.77 de estatura, 70 kilos, medidas: 89 – 72
– 95) se acerca, luce un caminar elegante con la ropa de ensayo de la
coreografía. Marlene es estudiante de enfermería de la universidad técnica a
distancia de San Mateo. Le gusta la bachata, los helados de chocolate y las
motos grandes. Ha sido una destacada corredora, ganando dos veces la carrera
anual de motos que se realiza alrededor del parque central en la
alborada.
-Está
lista la falda de Paulina.
-¿Te
gustan las motos? – pregunta Glenda recibiendo la aguja y el hilo.
-Si…
creo.
-No
me estoy sintiendo bien. Tengo que descansar, tengo que salir de aquí. Piquitos
termina la coreografía, yo hago las llamadas para cuadrar la logística de los
parlantes, la tarima y el presentador, y esta tarde te cuento. Si pueden hablar
con alguien sería genial, necesitamos tres chicas más como mínimo para hacer el
reinado.
Glenda
se sube a su moto destartalada y maneja, como siempre lo hace, a una velocidad
de reina. Tendría oportunidad si se decidiera a participar en la contienda,
pero en este momento está bastante estresada pensando en la logística del 13 de
octubre, cuando se realizará la coronación de Miss Pomarrosa.
Esperaremos
que el inconveniente con las postulantes faltantes pueda resolverse. La
coordinación del evento podría pensar en
-Soy
yo, ¡por dios!, ¡no existe tal cosa como “la coordinación”!
La
coordinación del evento debería tomar las cosas con más calma y disminuir la
velocidad, en especial, de su moto. Para solucionar el problema de las
concursantes sería bueno tener en cuenta que este reinado se trata de la
transformación, del tránsito entre una oruga y una mariposa, de un él a una
ella, y de incluir a otras mujeres, también deberían pasar por el ritual de la
transformación hacia un él.
-o
hacia una ella.
v.
Uno,
dos, tres, cuatro, decía Juancho Piquitos saltando con movimientos gráciles
sobre la golosa. Evitaba el cuadro número cinco donde estaba la piedra, y seguía,
seis, siete, ocho, nueve, y directo al CIELITO, eso era cuando
Juancho todavía se vestía como niño, e intentaba, infructuosamente, jugar
fútbol y la lleva con sus pares hombres; unos diabólicos niños que siempre lo
golpeaban y lo mandaban llorando a jugar con Glenda a las barbies o a la
golosa. Ojalá que Juancho Piquitos haya ido directamente al cielo y no esté en
algún lugar del purgatorio como dijo la abuela Ceci que les pasaba a las chicas
como Juancho Piquitos.
Hoy,
el sol cae directo sobre las losas de los muertos, sobre la cera derretida de
tantas velitas rezadas en los pies de las lápidas que están casi líquidas por
el calor. Una chicharra canta tras el coro fúnebre, y la estatua de yisus, con
la mano extendida hacia el cielo y los pies en puntillas como despegando a la
salvación sobre la cúpula del templete del cementerio, se presiente más
caliente que todos. A Glenda se le parece al propio Juancho Piquitos cuando se
disfrazaba de Helenita Vargas y, en la zona negra del pueblo, se subía a cantar
vitoreada por las chicas chicos, por algunos indígenas, y viejos de la
gobernación.
Es
bastante loco que en un pueblo en la mitad de la selva la gente camine desde la
sala de velación (frente al cementerio) hasta la iglesia (bastante lejos) y
regrese de nuevo al cementerio (frente a la sala de velación), caminando (¡!).
Usan ropa blanca y en su peregrinaje llevan flores, siguiendo al carro fúnebre
que interfiere con el poco tránsito de San Blas. También es extraño que la
gente cante un montón de canciones cristianas al modo indígena, un canto
monótono, casi impenetrable; pero lo más extraño es que muchas personas han
venido al velorio de Juancho piquitos, porque para nadie es un secreto que
Juancho piquitos era el propio paria de San Blas. Un gay muy loca,
intransigente y con poder. A lo mejor porque su muerte no tuvo nada que ver con
sus haberes, sino con la imprudencia de un motociclista borracho que hacia las
tres de la mañana del martes, después del partido de Colombia - Perú, cruzó el
semáforo en rojo a toda velocidad, y se llevó por delante a Piquitos borracho,
transeúnte, que volvía a la casa después de tremendo levante. Porque Glenda lo
dejó así en la esquina, diciendo que no se iba a comer al man que se había
levantado porque era un man de verdad, un man para algo serio, y Glenda,
también ebria, se subió en su moto y manejó despacio hasta su casa sin saber
que Piquitos el enamorado estaba agonizando en la mitad de la calle octava en
el momento en el que ella se desvestía para lanzarse en la cama a dormir un
profundo sueño borracho.
Los
zancudos atacan sin misericordia porque ha llovido y ha hecho mucho calor. Al
frente, casi sobre el carro fúnebre, de vuelta al cementerio, está Paulina,
(“La señorita Paulina”, recuerda Glenda temblando, y trata de no pensar en
ninguna de sus voces, pero no puede evitar la descripción). La señorita
Paulina, una indígena de Tarapacá que conoció haciéndose las uñas. Una chica
con ese estilo de las chicas que se hacen chicas, pero está muy tranquila, casi
como la misma Glenda, lleva un vestido blanco que se le ciñe al cuerpo y le
abraza los pezones de hombre. Y Paulina le hace una sonrisa triste que, como
todo lo de Paulina, no se sabe si es real o actuado, porque para que ella fuera
ella, tuvo que aprender a actuar lo que quería ser (una mujer) y luego resistir
las burlas, los deseos escondidos, las miradas de asco, y los curiosos que al
verla sabían que estaba guapa pero que no era una mujer de esas que se hacen
llamar mujeres normales. Yo me la comería, es lo que piensa Glenda esa mañana
en el cementerio, la imagina desnuda, encima de ella (encima de Paulina)
diciéndole Sí con ese tono agudo que sale de lo grave.
Una
trompeta fúnebre marca el fin de la caminata en un cementerio de lápidas y
bóvedas organizadas como en anaqueles unas sobre otras, sin respetar ningún
orden social o económico, todas desordenadas, de mármol con incrustaciones de
oro, de cemento y con huellas dactilares que escribieron nombres sin cuidado,
flores muertas, fotos descoloridas, calcomanías de Mickey Mouse, Mario Bros, de
angelitos vestidos de rosado o azul. Sigue el coro monótono de Ave María, y
Glenda escapa de la pequeña multitud y vomita tres columnas más atrás, frente a
la lápida de un tal Julián Gil. A su rescate o a su pesar, se le acerca su
exnovio; le pregunta si está bien; sí, sí, estoy bien. Qué pena lo de Juancho;
sí, es una pena.
-Sé
que no es un buen momento, -dice el exnovio –pero creo que Juancho no murió en
el accidente del borracho, creo que fue asesinado. –Glenda abre los ojos como
si escuchara a un verdadero enfermo mental, y se enfoca de nuevo en la historia
de conspiración antes de comenzar a narrarse recordando que está enloqueciendo
–lo que he descubierto, es que alguien quiere arruinar el concurso. Quieren
matar a mucha gente ahí.
Glenda
estalló en una gran carcajada, que se transformó en un ataque de llanto, y
luego de nuevo a carcajadas, todo ante la mirada asombrada de los dolientes.
Tuvieron
que salir del cementerio.
vi.
La
Amenaza Estéreo, la emisora que siempre está de moda en San Blas.
Estamos esta tarde de extraña brisa y calma con el exnovio de Glenda. San Blas
festeja, señores, el triunfo del poderoso, el deportivo Carambolo ha salido
victorioso, y aunque no contamos con luz, ni agua, ni internet hace tres días,
la gente ha salido a las calles en caravana, y las cornetas se escuchan hasta
en la desembocadura del río Negro en el mar. En medio de la algarabía, nos
hemos resguardado en el cuartito de Glenda en la casa de su abuela. El exnovio
de Glenda ha llegado sudando, agitado y nos place darle la palabra ahora que lo
tenemos sentado con nosotros:
-¿Cómo estás? … (silencio) Bonitos
farolitos.
El exnovio de Glenda se refiere a los
faroles del día de las luces y velas que la chica tuvo que usar desde algunas
semanas antes por la falta de energía.
-Están hablando. Hay unos rumores
extraños. La gente menciona por ahí que esto es el inicio de otra época de
violencia. En el Río Negro mataron a otras dos travestis, y hay unos panfletos
que dicen que van a acabar con todos aquí.
-Sí, escuché algo. –Dice Glenda.
-Es muy peligroso Glen, ¿la organización
de travestis no ha activado esas cosas que activan cuando los amenazan?
-LAs amenazan. El protocolo de derechos
humanos dices. No sé. No he hablado con ellas desde que se fue la luz. Pero
tampoco creo que sea para tanto.
-Si es para tanto Glenda. Después de que
matan a las travestis, ¿quién crees que sigue?
Glenda se ríe con ganas, San Blas,
San Blas, San Blas, la amenaza estéreo.
-Supongo que los ladrones, los vagabundos,
los hippies, las niñas bonitas, los estafadores…
-y nosotros.
-y nosotros, claro. ¿Cuándo vas a actuar,
antes o después de que asesinen a las niñas bonitas?
-Glen, es en serio. Pille, ya he hablado
con varias personas (música de suspenso), un trabajador de la planta me dijo
que las amenazas esta vez van en serio. El tipo de la ONU dice que es necesario
organizarse, no tenemos luz, no hay energía ni agua, estamos realmente
sitiados.
¿Puede ser, San Blas, que estemos ante las
primeras consecuencias del racionamiento de energía?: El trastorno mental.
-Como lo primero que están haciendo es
atacar a los travestis, las travestis, perdón, estamos pensando en entrar al
reinado como forma de protegerlas, protegernos a todos.
-¿“estamos pensando”?
-Si. Las líderes campesinas, mujeres y
hombres, la asociación de profesores, unos de esos funcionarios de ONG, y los
jóvenes Rebeledes. Las tejedoras nos van a hacer los vestidos, con material
reciclable.
-Parce, ¿de qué rayos estás hablando?
-Glenda, ¿no has salido a la calle desde
que se fue la luz?
No señores, no lo ha hecho. Se ha dedicado
a dibujar con marcadores mapas del cementerio, de la tumba de Juancho Piquitos,
de los lugares a los que él viajó, sus árboles favoritos de San Blas, su casa,
su oficina, su tienda de helados favorita, el bar donde levantaba chicos, el
bar donde levantaba chicas, la tienda donde tomaba cerveza cuando no tenía
plata, la tienda donde compraba ropa de mujer, la otra donde compraba ropa de
hombre… y esas cosas.
-La gente tiene miedo.
-¿De qué hablas?, ¡la gente está de fiesta!
-Algunos que no se quieren dejar asustar.
Pero es cierto, hay algo diferente a la época de la mina. Nadie va a morir
callado, eso dijeron las mujeres campesinas. Y todo el mundo les ha cogido la
onda menos las travestis, todas están encerradas y desconsoladas. Necesitamos
que retomen el reinado y que sigamos con el show.
-¿Eso que tienes ahí es mi pistola de
agua?
-Sí. He tenido que salir armado, no vaya a
ser que me cojan con los pantalones abajo
-Si me devuelves a Stampy podría pensar lo
del reinado.
El exnovio de Glenda le ha disparado en la
cabeza.
-Eres un idiota
San Blas, San Blas, San Blas, la emisora
de la amenaza que nunca pasa de moda.
vii
Buenos días San Blas, estamos escuchando
la emisora que te llevará al hospital mental. Cinco
y quince de la mañana, 31 grados, aún no amanece pero ya se escuchan algunos
carros y motos andar por la calle. La gente en San Blas sale a trabajar a pesar
del mal olor y de la falta de servicios básicos.
Entremos en materia, el despertar de
Glenda: La chica camina sin ganas hacia el baño que ahora parece una letrina.
Decide desobedecer la orden expresa de la abuela Ceci y deposita el agua
potable en la taza mandando los excrementos a la mierda.
Se aleja del baño hastiada, y con un paño
húmedo limpia sus intimidades. A las seis de la mañana Glenda camina hacia la
casa de Juancho Piquitos. Toma agua fría de su nevera y se sienta en el sofá
con el cuaderno de notas de su difunto amigo. El problema es que Piquitos tenía
una letra indescifrable, ahora leyendo las entradas frenéticas de los últimos
días es peor.
La gobernación no ha informado la fecha en
la que regresará la luz y los ciudadanos, incluida Glenda, están comenzado a
sentirse nerviosos por la falta de abastecimiento de agua y energía en el
municipio.
Después de dormir casi dos horas en la
cama de Juancho Piquitos, los sonidos de la Pacha Mama, emisora
hermana de La Amenaza Estéreo, la despiertan. Son dos pajaritos
discutiendo en la ventana de la habitación.
Deja el cuaderno rojo de Juancho, navega
un rato por su computador sin resultado, sin una pista sobre lo que venía
trabajando. Decide ir al reinado, antes, se viste con la ropa de Piquitos,
elige una bata verde, maquilla sus labios de rojo, usa unas gafas enormes y
amarillas, y en un acto de desesperación por el calor y su suciedad, se afeita
la cabeza con la máquina del difunto.
Uuaaaaaauuuuu!!! Estamos equipadas!
Todas apestaban, sus trajes, hermosísimos,
no permiten sospechar en las fotos del evento, el nauseabundo olor de la
comunidad de San Blas.
Estructura nueva
1.
El avión y la voz
2.
el exnovio de glenda
3.
Organización y el reinado
4.
El funeral (transformación muerte)
5.
La visita del exniovio
6.
El reinado
6.
El guayabo
Versiones anteriores:
VERSIÓN 2
TRANSAMAZÓNICAS
En algún momento de noviembre
En algún momento de noviembre
I.
Glenda
comenzó a narrarse a sí misma en tercera persona desde el evento del avión.
Esta voz del narrador surgió de manera espontánea después de que el avión, entre
Manaos y San Blas, enfilara su trompa hacia abajo en caída estrepitosa elevando
a las azafatas, la comida, los millones de enseres, bolsos, libros, revistas y
tabletas, a uno que otro pasajero que iba sin el cinturón de seguridad, sus
cabellos rizados y azulosos, y al meromacho brasilero del asiento del lado, por
lo que pudo ver.
La
voz siguió con ella, no sabe si por comodidad o por alguna suerte de trastorno
postraumático del sobreviviente. La primera alocución fue algo así como: buenos
días tierra entre San Blas y Manaos, sí, porque la voz no era cualquier voz, la
voz inició siendo una voz de programa radial. Buenos días a toda la gente y
entidades lindas de la selva y del río Solimoes, son las tres de la mañana y
experimentamos turbulencias y ventarrones. El avión del vuelo 454 con destino a
San Blas ha decidido actuar como el Lobo del Aire y, en un intento por evitar
la turbulencia, ha caído algo así como 1000 metros haciendo volar a un par de
azafatas, y gritar a todos los pasajeros de la cola que se golpearon las
cabezas con la cabina del equipaje de mano en la maniobra. En estos momentos
nos encontramos bailando de lado a lado, como si el avión supiera reggeatón,
evitando otros chubascos y nubarrones. En este avión se encuentra Glenda, que
ríe nerviosamente después de creer que moriría. Porque cuando el avión se
precipitó hacia el suelo, ella tenía la certeza de que en cualquier momento la
trompa del vehículo se estrellaría contra el Rio y todo el armazón se doblaría
como una lata aplastada; tomó con fuerza los descansabrazos esperando a que la
silla de adelante la estripara contra la silla de atrás, y luego contra la de
atrás, y así sucesivamente. Decidió que no quería sobrevivir porque quedar
herida en medio de la selva le parecía peor que morir.
Ahora
ríe mientras el hombre grandote del lado le dice que creyó que todo se había
acabado y, entre risas, le enseña las manos, también grandes, que tiemblan sin
control. ¿Y si todo hubiera acabado? se pregunta Glenda. Sí señores, como lo
imaginan, se lo pregunta de forma existencial. Lo más intrigante de esta
situación es que Glenda no vio pasar por sus ojos imágenes de su vida, ni pensó
que debió hacer algo mejor, o terminar algún proyecto. Y eso es bastante raro
teniendo en cuenta que está regresando a San Blas porque no quiso continuar con
las clases en la facultad de arte de la Universidad de Río de Janeiro. Uno
diría, lo más lógico es que ella se baje del avión y se devuelva inmediatamente
a Río a retomar sus estudios, pero no. Ella está convencida de que eso no es lo
que debe pensar después de experimentar el filo de la muerte. Podríamos
recibir llamadas del público para que opine sobre las cuestiones que Glenda,
esta chica guapa de 29 años, debería haber reflexionado después de una
experiencia mortal como esta, pero no lo haremos porque sabemos sus respuestas:
mejorar el mundo, aprovechar a sus abuelos, que en realidad son sus padres, ir
a la escuela, poner una fundación, hacer “arte”, etc. Y no es que Glenda haya
descartado esas posibilidades, lo que sucede es que Glenda sabe que esas no son
razones para vivir.
Su
conclusión, después de pensar que las azafatas se han reunido en la parte de
adelante del avión a cuchichear de manera sospechosa, es que necesita un
proyecto. Pero antes de definir qué tipo de proyecto, quiere tener la certeza
de que saldrá viva del Lobo del Aire. Por un momento piensa en enrolarse como
azafata y no ser una perra canalla con cara de robot que dice que todo
está bien cuando claramente estuvieron a punto de morir. Se imagina como
la azafata punkera. Haría una gran entrada, se deslizaría como
Michael Jackson hacia la mitad del avión, con sus crespos verdes y el uniforme
parcialmente roto, con un na na na na na na na; na na na na na na na; na na na
na na na na Glendaaaaa, en lugar de Batmaaaaan, y luego diría en una voz muy
cordial, queridos pasajeros, que no panda el cúnico, lo peor que podemos hacer
es estallar en descontrol, preparémonos para la muerte con dignidad y entereza;
la posición de impacto es así. Se sentaría en el suelo con las rodillas y
pantorrillas en el piso, abrazando sus muslos y poniendo sobre las rodillas sus
crespos verdes y morados, aunque también se verían bien rojos y amarillos. Otra
turbulencia y se riega el agua que Glenda había sacado de su bolso para
calmarse.
¡Focus
Glenda! Un proyecto, se dice, esa búsqueda es lo importante, ni Batman, ni el
agua, ni el avión cayéndose. Porque como diría su abuelita, uno no puede vivir
como un barco a la deriva, estudiando cuatro carreras diferentes sin culminar, uno
debe tener un plan, planear, como planea este avión sobre el río amazonas, se
imagina extendiendo los brazos y jugando a los aviones con Tiago, su compañero
de facultad, en las tardes de invierno en Ipanema. Cayendo y riendo, borrachos,
invadidos por la arena, escuchando el mar, acostados en la playa viendo las
nubes, el cielo azul, como esa aerolínea en la que viaja, AZUL, AZUL de pilotos
y azafatas de mierda. Y en el avión que aterriza de manera aparatosa, una
azafata con cara de robot de sonrisas fingidas les dice que gracias, y que
tengan un maravilloso día Azul. Y así es, querido público, que a las cinco de
la mañana Glenda aterriza en el pequeño y casi desmantelado aeropuerto de San
Blas, el lugar donde nació.
La
voz guardó silencio algo así como dos días. En lo que Glenda llegó a la casa de
crianza, la de su abuela, y arrojó su maleta al lado de la cama sin abrirla
porque sabía que muy pronto abandonaría San Blas. Se cree, porque la voz no
recuerda muy bien lo que sucede cuando ella no está activa, que en esos días
Glenda se encontró con un par de amigos de infancia, se cortó el cabello (la
mitad rapado como un militar, la otra mitad crespo y violeta cayendo sobre su
quijada), compró piedras para hacer aretes, se reencontró con un viejo amor con
el que tuvo algo de sexo, terminó esa relación en una noche
relampagueante de aguacero selvático, y entre rayo y rayo reapareció la voz.
Buenas
noches querido público de San Blas, experimentamos un clima turbulento, Glenda
presenta inundaciones en todo el cuerpo, su visibilidad es nula por el tamaño
de los goterones, y no puede escuchar casi nada más que agua cayendo y
relámpagos. El último de ellos ha caído en algún lugar de San Blas, levantando
chispitas a lo largo del cableado público y provocando un apagón. Glenda camina
por intuición en dirección a la casa de Licha, el conocido salsero de San Blas.
Rechina sus dientes y se detiene cuando esta narración lo saca a colación,
desespera por narrarse y se sienta en un andén a llorar hasta que al menos su
cabeza deje de decirla. Suspira. Silencio. Un motocarro se para frente a ella y
le pregunta si necesita que la lleven. El conductor, un indígena que habla mal
español, insiste en llevarla gratis, dice, por favor niña, protéjase de la
lluvia y los truenos. Ella sube al motocarro y le indica la dirección. ¿Está
bien? Le ha preguntado el motocarrista, pero Glenda no cede, y asiente con
media sonrisa. El hombre insiste: se ve triste. ¿Por qué está afuera con esta
tormenta? Su relación con Dios no va muy bien, ¿cierto?
Sí
señores, ha preguntado por Dios. Glenda para de llorar y lo mira entre curiosa
y furibunda. ¿Con dios? Repite. El indígena ha respondido de manera positiva
señores, Glenda ha escuchado bien, con ¡Yisus craist! Anímese, póngase
feliz, insiste el conductor, por allá arriba están bailando, ¿no ve los
truenos? Nosotros debemos estar felices, y con los que nos quieren.
Los
dioses no han parado de bailar y estamos con Glenda en la casa de Licha que la
mira con curiosidad. Le ha servido dos tragos de Chuchuasa, un vino local hecho
de palma. Este hombrenonón, de dos metros, piel bronceada, ejercitado, cabellos
largos, crespos y canosos, se ha sentado frente a ella algo así como dos
minutos a mirarla como la mira siempre que quiere que ella hable, con mirada de
papá. Bueno Glenda, ya basta, ¿qué pasa?, le ha dicho Licha. Ella se reacomoda
en la silla y recoge sus piernas entre sus brazos como una infante y procede a
decir: No es nada Licha, usted sabe que a veces me pasan estas cosas. El
hombre con un gesto cansado le dice que si es por ese pibe… Glenda, vas a tener
muchos exnovios, dejáte de tanta guevada.
En
la mesa de centro de la sala Licha tiene un montón de revistas y periódicos
apilados. Ella los observa curiosa, Licha parece desesperar y cambia la lista
de reproducción de fusión a salsa vieja. Suena Willie Colón. Mi sueño, Glenda
sabe que es Mi sueño porque era una canción que su mamá tarareaba cuando era
pequeña. Bailaba sola, cuando las dos vivían en el apartaestudio de la Quinta,
con el sol cayendo directo sobre los pisos de cerámica haciendo más difícil la
lucha contra el calor. Doña Teresa, la mamá de Glenda, sonreía y bailaba un
poco ebria en las tardes en las que no tenía que trabajar. En ese entonces,
recuerda nuestra heroína, Doña Teresa escuchaba Willie Colón y dibujaba con
ella cosas extrañísimas, casas caminando, insectos con órganos humanos,
personas sin ojos, oídos, piernas, todas reemplazadas por cables, alas,
parlantes. Glenda siente ganas de llorar pero Licha la interrumpe hablándole de
los periódicos. Explica que son de Lida, su mujer. Ella está haciendo una
investigación sobre las notas de prensa de la región que abordan la minería, y
para eso ha reunido muchos ejemplares de periódicos de los últimos cuarenta
años. Glenda se acerca a ellos y revisa un par de 2005, casi todos los
titulares se refieren a la mina de oro. En uno de ellos ve el nombre de su tío.
Juan Benavides. Es sobre la celebración del quinto aniversario de la muerte de
su tío por allá en el 2010. Al verlo en la foto reconoció su parecido. Moreno,
de ojos grandes y cejas pobladas. Le muestra el periódico sin ganas a
Licha. Ese es mi tío... era. Según lo que cuenta la abuela Ceci, lo mataron
porque estaba enredado con el problema de la mina de los Buenahora. Se rumoraba
que mi tío andaba enamorado de la dueña de la mina, y que el esposo de ella lo
mandó a asesinar, a él, a su esposa, y a sus hijos. Juan era un tipo correcto,
¿sabes? La abuela Ceci dice que iba a ser muy importante. Fue el primero que se
graduó de la universidad entre todos los tíos, y tenía un buen empleo en la
gobernación. Había hecho políticas bonitas, Ceci dice que montó la casa de la
mujer, y la oficina para los gays y lesbianas, y fue el que primero intentó
hacer el reinado del Pomorroso. Lo querían mucho.
Licha
sirve más Chuchuasa y le dice que se parece a ella. A ella también la quieren
mucho. Exactamente le dice: Pon tus cosas en orden, y no te dejés morir
tan joven como tu tío. Y ella, en un giro dramático e innecesario le
responde: él no se dejó morir, a él Lo mataron.
II.
Cuando abrió los ojos en el primer amanecer de San Blas, a eso de las cinco de la mañana, fue raptado por una sensación de abandono que se concretaba con el traslado de sus compañeros de trabajo a los campamentos de selva adentro. Se podría decir que no eran sólo sus compañeros, sino más bien sus amigos, los pocos que le quedaban después de tantos meses de crisis y escándalos.
Pero
no era sólo que se fueran los tres pelagatos con los que podía sostener una
conversación de más de diez minutos, también estaba el tema de Glenda. Glenda
desdibujándose grosera y torpe como si el saber que se iba a ir desde el
principio le diera licencia para perder el estilo. Le dolió un poco esa
ausencia de Glenda en el cuerpo, y en su erección de ahora, durante el segundo
amanecer de San Blas, que es algo así como a las siete de la mañana, cuando el
sol lo saca a uno del chinchorro por puro calor.
A
Glenda la reconoció risueña en Makumba, el bar de rock del pueblo. Y la
reconoció porque la conocía de su infancia en San Blas, antes de mudarse a Otra
Parte a adelantar sus estudios, y la recordaba como una niña pequeña, dulce y
callada. Esta nueva Glenda, la de Makumba de hace tres años, era de fácil
sonrisas y sexo, con ojos de historias increíbles, grandes, perlados, y con
preguntas risibles que le abrían camino a sus sueños gaseosos. Porque ella
siempre quiso una historia así, de viajes, de caminantes, de protagonista de
novela gringo, pobre y vagabundo de los años 40, sólo que a ella no se le daba
ese espíritu hipster.
Él
había llegado de uno de los campos de Selva Adentro con esa barba de tres
meses, sus cabellos largos, y dos aguacates. Había mucha gente de Otra Parte,
algunos traficantes, unos soldados, y muchos, pero muchos artesanos, y entre la
cerveza que agarraba y los aguacates, uno cayó enfilado a los pies de Glenda
que, torpe, lo pateó, tropezó y salió invicta levantándolo y entregándoselo.
¿Quieres aguacate, Glenda?, ella le respondió que no, que gracias, que ya tenía
en su casa. Sonrió amable y le dijo que muy educada ella, que ya tenía tantos
aguacates, y ella le dijo que no era por antipática, sino porque no quería que
se gastara sus aguacates en ella, y se sentó en una mesa de gente de cara de
amigos geeks, de muchos tenis y aire acondicionado, y jugó con ellos Solo Uno
en el bar toda la noche.
Y
es un poco triste, para el exnovio de Glenda, que todo le haya salido tan
mágicamente mal, porque fue como si alguna barrabasada de Paulo Coelho se
hiciera realidad y el mundo hubiera conspirado en su contra. Cuando Glenda lo
invitó una tarde a tomarse un vino al único café con aire acondicionado y
música hipster de San Blas, el pobre exnovio de Glenda andaba alucinado
pensando que esa sería la forma en que la chica, mitad San Blaseña y mitad
Pereirana, había elegido para decir gracias por el tremendo sexo oral del día
anterior, y él le iba proponer que se fueran a toquetearse a la Cueva Negra, en
el campamento número cuatro de Selva Adentro a donde lo acababan de trasladar.
Pero la conversación comenzó y terminó catastróficamente. Primero con el
exnovio de Glenda atragantándose con el mal Merlot que le habían servido, pues
ella había preguntado ¿y es cierto que tú tienes algo con Dolores Serrano?
¿Y
cómo explicarle que no?
-No
Glen, no tengo nada con ella.
-Entonces,
-dijo ese día la chica, -¿por qué hay unas fotos de ella en tus archivos del
trabajo?... ¿Por qué le compraste regalos en la boutique de Mireyita?... ¿Qué
hacías en la Canoa comiendo el día de la fiesta de su cumpleaños? …Y, por
favor, explícame cómo es que su hijo tiene tu apellido.
Y
el exnovio de Glenda fue incapaz de explicar, porque ante todas las pruebas,
hasta él dudaba de si tenía algo o no con Dolores Serrano. Luego de negarlo, y
renegarlo durante horas, Glenda se levantó de la mesa y se convirtió en esa
bruja extraña con la que convivió el siguiente mes, una mujer que se sentaba a
comer atún con aguacate en el mesón de la cocina y le decía ¿qué va a comer el
Doctor Serrano? Esa que aparecía después de sonreír de placer en las mañanas,
que abría los ojos airada como reconociéndolo después del sexo, y le preguntaba
si le había enviado la mesada a junior.
Era
realmente imposible explicarle a Glenda por qué todos esos indicios se unieron
casualmente para que pareciera que él tenía una relación con Serrano, a lo
mejor por esa certeza nunca se gastó el tiempo de explicarle la verdad.
Y
una mañana, antes del segundo amanecer de San Blas, Glenda se había mudado a la
casa de su abuela a las afueras del pueblo. Para enterarse de ello, tuvo que
seguirla en su bicicleta durante días, alcanzar el bus intermunicipal que
Glenda tomaba en las tardes al salir del trabajo del que se bajaba en el
kilómetro 14 vía a San Juan del Río Seco, y caminar en silencio por un camino
hecho de pasos siguiéndola sin ser visto hasta la casona de su familia. Dejó de
verla dos meses, en los que viajó al campamento de selva adentro, y cuando
regresó la encontró riendo a carcajadas con un travesti, comían helado como
colegialas, ella le miraba dulce con sus cabellos azulados y crespos cayéndole
con gracia sobre la mejilla.
Glenda
le hubiera dejado de molestar si no fuera por Margarita, una wanna be de Otra
Parte que al parecer se volvió su íntima amiga durante la separación, antes de
que se mudara a Río. Él no tenía ni la menor idea de quién era la tal
Margarita, sabía que andaba por ahí una chica que amaba la cerveza y era tan
crespa como Glenda, pero de cabello abundante y negro, y trabajaba en San Blas
por una temporada como todos esos funcionaritos perdedores de Otra Parte que
llegan al pueblo. La conoció porque uno de sus compañeros se la estaba
follando, o lo intentaba, en realidad le importaba cinco pesos lo que hacía el
Cristiano con su pija, pero andaba prendado de la pelada que cuando se le sentó
al lado en el bar, con el grupo, lo miró fijamente y le dijo, yo que sé quién eres,
tu eres el exnovio de Glenda.
Ser
el exnovio de Glenda lo aturdió a tal punto que debió decirle primero que su
nombre no era ese, y nunca supo si la wannabe lo llamaba así por torpe o por
perra, lo cierto es que nunca tuvo el decoro de llamarlo por su nombre. Y era
una ridiculez porque la pendejita esa hasta le caía bien, y podía ser
algo interesante, sino se aferrara a la memoria, y a la presencia de alguien
como Glenda, que era otra fantochita moviéndose por el pueblo como la más
progresista nueva onda y alternativa, ahora sí algo perturbada desde que
trabajaba con esa partida de maricas desocupados que no tenían trabajo y se la
pasaban acabando con los subsidios para investigación de la gobernación con
proyectos “culturales”. Lo segundo que le dijo a Margarita es que nunca
más le hablara de Glenda, porque al final ni valía la pena. Las viejas como
Glenda son de ese estilito profundo vacío, si por casualidad le preguntaran
cuál es su color favorito, respondería una chabacanería del tipo, el dolor rojizo
de las supernovas a punto de estallar. Y vaya uno a saber si ella tiene alguna
idea de astrofísica, o si lo dice porque encontró una laminita del álbum
natural con alguna imagen ochentera de lo que los físicos de entonces pensaban
que era una supernova.
Pero
nada de eso importa ya, porque Glenda vive en Río de Janeiro. Su parada en San
Blas es temporal, dos semanas como mucho. Tendrá que terminar su nueva carrera,
en dos o tres años y, para cuando ella regrese, el exnovio ya estará en Otra
Parte en algún cargo intermedio de oficina que le permitirá descansar de tanta
selva.
Se
levanta del chinchorro a las nueve de la mañana, un poco hastiado por recordar
a Glenda. Ha dejado unos aretes y una pañoleta sobre la mesa del comedor la
noche anterior, antes de salir furibunda en medio del aguacero. Los mira
detenidamente mientras desayuna aguacate con atún. Se lava los dientes buscando
en su pequeño apartamento las llaves de la moto. Se encuentra con Stampy, la
pistola de agua en forma de caballito de mar con la que jugaban cuando eran
unos idiotas. Envuelve el arma, y los aretes en la pañoleta, guarda todo en su
morral y se va a trabajar.
III.
Es
inevitable pensar en la riqueza cultural de la Selva cuando uno ve entrar a la
señorita Ají picante (1.75 de estatura, 60 kilos, medidas: 63 – 57 - 83)
ataviada con un colorido vestido de ajíes verdes, rojos y amarillos, que cae en
una falda a media pierna verde, y combina con sus zapatos naranja. También es
agradable ver que las rencillas y peleas se dejan a un lado para la
organización y puesta en escena del reinado de la Pomorrosa. La señorita Celina
(1.72 de estatura, 61 kilos, medidas: 70 – 61 - 87), que para todos los San
Blaseños es sabido, no podía ni acercarse a veinte metros de la señorita
Manuela (1.84 de estatura, 61 kilos, medidas: 74 – 72 - 77), ahora se encuentra
con ésta última ensayando los pasos de la presentación inicial para la apertura
del reinado.
El
reinado hace parte del acervo cultural de nuestro municipio hace quince años;
en él han participado indígenas, afro, colonos y todos los interesados. Su
organización ha estado encabezada durante años por la asociación de personas
LGBTI dirigida por Juancho Piquitos, también candidata en este año, quien
asumió este papel cuando el fundador del reinado, Juan Benavides, murió.
También es de resaltar que en esta ocasión sea Glenda Luna, la sobrina de
Benavides, quien coordine la logística del reinado y se encargue de oficios
varios, como ahora mismo la encontramos, cosiendo la falda de la señorita
Paulina (1.63 de estatura, 60 kilos, 100 – 69 - 75) que hace pucheros por no
contar con un disfraz apropiado para la
-¡BASTA!
–grita Glenda. Arroja el hilo y la aguja y se sienta en el suelo con las manos
en la cabeza. Las chicas la miran atónitas.
-Tranquila
Glen, no es para tanto. Dame aquí y yo le arreglo la falda a Paulina. –Se
acerca Marlene. Juancho Piquitos ayuda a que Glenda se ponga en pie y la saca
de la carpa.
-¿Qué
te pasa chiqui?, estás muy extraña. ¿Estás bien?
Juancho
Piquitos (1.74 de estatura, 69 kilos, medidas: 90 – 71 - 88), sin duda, está
haciendo puntos para ganar el premio a Miss Simpatía, y puede lograrlo, su
talento es hacer malabares utilizando cuchillos y antorchas, que por mucho
superan las habilidades de las demás concursantes.
-Glen,
ey, ¿estás ahí?
-Sí.
Estoy distraída. Hacen falta al menos tres concursantes, y no hay tantas chicas
trans en San Blas. Alguien más tendrá que participar y no creo que pueda
convencer a alguno de los chicos para que se meta al concurso sin tomárselo
como una broma.
-¿Y
por qué tiene que ser un chico? Tú podrías participar.
Glenda
mira hacia la calle, que parece hervir con el sol de mediodía. La señorita
Glenda, 1.59 de estatura, 57 kilos, medidas 110 – 73? -120?.
-Necesitamos
chicas sexys Piquitos, yo no entro en ese rollo.
-¿Te
estás escuchando, Glen? Esto se trata de divertirnos, y de que nos vean. No
importa que no te sientas sexy, o que seas diferente, todas somos distintas.
-Bueno,
no sé. Igual faltan más chicas. Y yo tendré que estar mirando que las cosas
funcionen ese día del evento. No puedo participar. Por ahora lo importante es
conseguir más medias veladas, todas las rompen sin consideración, pero además
no entiendo para qué las necesitan si estamos en tierra caliente.
Piquitos
sonríe como una verdadera Diva, demostrando de nuevo por qué puede ser la
ganadora de este evento. Marlene (1.77 de estatura, 70 kilos, medidas: 89 – 72
– 95) se acerca, luce un caminar elegante con la ropa de ensayo de la
coreografía. Marlene es estudiante de enfermería de la universidad técnica a
distancia de San Mateo. Le gusta la bachata, los helados de chocolate y las
motos grandes. Ha sido una destacada corredora, ganando dos veces la carrera
anual de motos que se realiza alrededor del parque central en la alborada.
-Está
lista la falda de Paulina.
-¿Te
gustan las motos? – pregunta Glenda recibiendo la aguja y el hilo.
-Si…
creo.
-No
me estoy sintiendo bien. Tengo que descansar, tengo que salir de aquí. Piquitos
termina la coreografía, yo hago las llamadas para cuadrar la logística de los
parlantes, la tarima y el presentador, y esta tarde te cuento. Si pueden hablar
con alguien sería genial, necesitamos tres chicas más como mínimo para hacer el
reinado.
Glenda
se sube a su moto destartalada y maneja, como siempre lo hace, a una velocidad
de reina. Tendría oportunidad si se decidiera a participar en la contienda,
pero en este momento está bastante estresada pensando en la logística del 13 de
octubre, cuando se realizará la coronación de Miss Pomarrosa.
Esperaremos
que el inconveniente con las postulantes faltantes pueda resolverse. La
coordinación del evento podría pensar en
-Soy
yo, ¡por dios!, ¡no existe tal cosa como “la coordinación”!
La
coordinación del evento debería tomar las cosas con más calma y disminuir la
velocidad, en especial, de su moto. Para solucionar el problema de las
concursantes sería bueno tener en cuenta que este reinado se trata de la
transformación, del tránsito entre una oruga y una mariposa, de un él a una
ella, y de incluir a otras mujeres, también deberían pasar por el ritual de la
transformación hacia un él.
-o
hacia una ella.
IV.
Uno,
dos, tres, cuatro, decía Juancho Piquitos saltando con movimientos gráciles
sobre la golosa. Evitaba el cuadro número cinco donde estaba la piedra, y
seguía, seis, siete, ocho, nueve, y directo al CIELITO, eso era
cuando Juancho todavía se vestía como niño, e intentaba, infructuosamente,
jugar fútbol y la lleva con sus pares hombres; unos diabólicos niños que
siempre lo golpeaban y lo mandaban llorando a jugar con Glenda a las barbies o
a la golosa. Ojalá que Juancho Piquitos haya ido directamente al cielo y no
esté en algún lugar del purgatorio como dijo la abuela Ceci que les pasaba a
las chicas como Juancho Piquitos.
Hoy,
el sol cae directo sobre las losas de los muertos, sobre la cera derretida de
tantas velitas rezadas en los pies de las lápidas que están casi líquidas por
el calor. Una chicharra canta tras el coro fúnebre, y la estatua de yisus, con
la mano extendida hacia el cielo y los pies en puntillas como despegando a la
salvación sobre la cúpula del templete del cementerio, se presiente más caliente
que todos. A Glenda se le parece al propio Juancho Piquitos cuando se
disfrazaba de Helenita Vargas y, en la zona negra del pueblo, se subía a cantar
vitoreada por las chicas chicos, por algunos indígenas, y viejos de la
gobernación.
Es
bastante loco que en el culo del mundo (porque San Blas es algo como un ano
verde que se lo están comiendo las hemorroides) la gente camine desde la sala
de velación (frente al cementerio) hasta la iglesia (bastante lejos) y regrese
de nuevo al cementerio (frente a la sala de velación), caminando (¡!). Usan
ropa blanca y en su peregrinaje llevan flores, siguiendo al carro fúnebre que
interfiere con el poco tránsito de San Blas. También es extraño que la gente
cante un montón de canciones cristianas al modo indígena, un canto monótono,
casi impenetrable; pero lo más extraño es que muchas personas han venido al
velorio de Juancho piquitos, porque para nadie es un secreto que Juancho
piquitos era el propio paria de San Blas. Un gay muy loca, intransigente y con
poder. A lo mejor porque su muerte no tuvo nada que ver con sus haberes, sino
con la imprudencia de un motociclista borracho que hacia las tres de la mañana
del martes, después del partido de Colombia - Perú, cruzó el semáforo en rojo a
toda velocidad, y se llevó por delante a Piquitos borracho, transeúnte, que
volvía a la casa después de tremendo levante. Porque Glenda lo dejó así en la
esquina, diciendo que no se iba a comer al man que se había levantado porque
era un man de verdad, un man para algo serio, y Glenda, también ebria, se subió
en su moto y manejó despacio hasta su casa sin saber que Piquitos el enamorado
estaba agonizando en la mitad de la calle octava en el momento en el que ella
se desvestía para lanzarse en la cama a dormir un profundo sueño borracho.
Los
zancudos atacan sin misericordia porque ha llovido y ha hecho mucho calor. Al
frente, casi sobre el carro fúnebre, de vuelta al cementerio, está Paulina,
(“La señorita Paulina”, recuerda Glenda temblando, y trata de no pensar en
ninguna de sus voces, pero no puede evitar la descripción). La señorita
Paulina, una indígena de Tarapacá que conoció haciéndose las uñas. Una chica
con ese estilo de las chicas que se hacen chicas, pero muy tranquila, casi como
la misma Glenda, lleva un vestido blanco que se le ciñe al cuerpo y le abraza
los pezones de hombre. Y Paulina le hace una sonrisa trisque que, como todo lo
de Paulina, no se sabe si es real o actuado, porque para que ella fuera ella,
tuvo que aprender a actuar lo que quería ser (una mujer) y luego resistir las
burlas, los deseos escondidos, las miradas de asco, y los curiosos que al verla
sabían que estaba guapa pero que no era una mujer de esas que se hacen llamar
mujeres normales. Yo me la comería, es lo que piensa Glenda esa mañana en el
cementerio, la imagina desnuda, encima de ella (encima de Paulina) diciéndole
Sí con ese tono agudo que sale de lo grave.
Una
trompeta fúnebre marca el fin de la caminata en un cementerio de lápidas y
bóvedas organizadas como en anaqueles unas sobre otras, sin respetar ningún
orden social o económico, todas desordenadas, de mármol con incrustaciones de
oro, de cemento y las huellas dactilares que escribieron nombres sin cuidado,
flores muertas, fotos descoloridas, calcomanías de Mickey Mouse, Mario Bros, de
angelitos vestidos de rosado o azul. Sigue el coro monótono de Ave María, y
Glenda escapa de la pequeña multitud y vomita tres columnas más atrás, frente a
la lápida de un tal Julián Gil. A su rescate o a su pesar, se le acerca su
exnovio; le pregunta si está bien; sí, sí, estoy bien. Qué pena lo de Juancho;
sí, es una pena.
-Sé
que no es un buen momento, -dice el exnovio –pero creo que Juancho no murió en
el accidente del borracho, creo que fue asesinado. –Glenda abre los ojos como
si escuchara a un verdadero enfermo mental, y se enfoca de nuevo en la historia
de conspiración antes de comenzar a narrarse recordando que está enloqueciendo
–lo que he descubierto, es que alguien quiere arruinar el concurso. Quieren
poner una bomba o algo así.
Glenda
estalló en una gran carcajada, que se transformó en un ataque de llanto, y
luego de nuevo a carcajadas, todo ante la mirada asombrada de los dolientes.
Resúmen nuevo: Glenda regresa a su pueblo natal y decide ayudar en la coordinación del reinado de la pomarrosa, mientras desarrolla un terrible trastorno de personalidad que le hace narrar cada detalle de su vida.
Estructura nueva
1.
El avión y la voz
2.
el exnovio de glenda
3.
Organización y el reinado
4.
El funeral (transformación muerte)
5.
.......si ya hubo transformación... a qué se transformó?
6.
La elección (el misterio del exnovio)
VERSIÓN 1 Y NOTAS
En algún momento de octubre
1. EL PROYECTO DE GLENDA
Glenda comenzó a narrarse a sí
misma en tercera persona desde el evento del avión. Esta voz del narrador
surgió de manera espontánea después de que el avión, entre Manaos y San Blas,
enfilara su trompa hacia abajo en caída estrepitosa elevando a las azafatas, la
comida, los millones de enseres, bolsos, libros, revistas y tabletas, a uno que
otro pasajero que iba sin el cinturón de seguridad, sus cabellos rizados y
morados, y al brasilero mero macho del asiento del lado, por lo que pudo ver.
La voz siguió con ella, no sabe
si por comodidad o por alguna suerte de trastorno postraumático del
sobreviviente. La primera alocución fue algo así como: buenos días tierra entre
San Blas y Manaos, sí, porque la voz no era cualquier voz, la voz inició siendo
una voz de programa radial. Buenos días a toda la gente y entidades de la selva
y del río Solimoes, son las 3 de la mañana y experimentamos turbulencias y
ventarrones. El avión del vuelo 454 con destino a San Blas ha decidido actuar
como el Lobo del Aire y, en un intento por evitar la turbulencia, ha caído algo
así como 1000 metros haciendo volar a un par de azafatas, y gritar a todos los
pasajeros de la cola que se golpearon las cabezas con la cabina del equipaje de
mano en la maniobra. En estos momentos nos encontramos bailando de lado a lado,
como si el avión supiera reggeaton, evitando otros chubascos y nubarrones. En
este avión se encuentra Glenda, que ríe nerviosamente después de creer que
moriría. Porque cuando el avión se precipitó hacia el suelo, ella tenía la
certeza de que en cualquier momento la trompa del vehículo se estrellaría
contra el Rio y todo el armazón se doblaría como una lata aplastada; tomó con
fuerza los descansabrazos esperando a que la silla de adelante la estripara
contra la silla de atrás, y luego contra la de atrás, y así sucesivamente.
Decidió que no quería sobrevivir porque quedar herida en medio de la selva le
parecía peor que morir. Ahora ríe mientras el hombre grandote del lado le dice
que creyó que todo se había acabado, y entre risas, él le muestra las manos que
tiemblan sin control. ¿Y si todo hubiera acabado? se pregunta Glenda. Sí
señores, como lo imaginan, querido público, se lo pregunta de forma
existencial. Lo más intrigante de esta situación es que Glenda no vio pasar por
sus ojos imágenes de su vida, ni pensó que debió hacer algo mejor, o terminar
algún proyecto. Y eso es bastante raro teniendo en cuenta que está regresando a
San Blas porque no quiso continuar con las clases en la facultad de arte de la
universidad de río de janeiro. Uno diría, lo más lógico es que ella se baje del
avión y se devuelva inmediatamente a Rio a retomar sus estudios, pero no. Ella
está convencida que eso no es lo que debe pensar después de experimentar el
filo de la muerte.
Podríamos recibir llamadas del
público para que opine sobre las cuestiones que Glenda, esta chica guapa de 25
años, debería haber reflexionado después de una experiencia mortal como esta,
pero no lo haremos porque sabemos sus respuestas: mejorar el mundo, aprovechar
a sus abuelos, que en realidad son sus padres, ir a la escuela, poner una
fundación, hacer “arte”, etc. Y no es que Glenda haya descartado esas
posibilidades, lo que sucede es que Glenda sabe que esas no son razones para
vivir. Su conclusión, después de pensar que las azafatas se han reunido en la
parte de adelante del avión a cuchichear de manera sospechosa, es que necesita
un proyecto. Pero antes de definir qué tipo de proyecto, quiere tener la
certeza de que saldrá viva del Lobo del Aire. Por un momento piensa en
enrolarse como azafata y no ser una perra canalla con cara de robot que dice que todo está bien
cuando claramente estuvieron a punto de morir. Sería, imagina ella, la azafata
punkera. Haría una gran entrada, se deslizaría como Michael Jackson hacia la
mitad del avión, con sus crespos verdes y el uniforme parcialmente roto, con un
na na na na na na na; na na na na na na na; na na na na na na na Glendaaaaa, en
lugar de Batmaaaaan, y luego diría en una voz muy cordial, queridos pasajeros,
que no panda el cúnico, lo peor que podemos hacer es estallar en descontrol,
preparémonos para la muerte con dignidad y entereza; la posición de impacto es
así. Se sentaría en el suelo con las rodillas y pantorrillas en el piso,
abrazando sus muslos y poniendo sobre las rodillas sus crespos verdes y
morados, aunque también se verían bien rojos y amarillos. Otra turbulencia y se
riega el agua que Glenda había sacado de su bolso para calmarse.
Focus Glenda! Un proyecto, se
dice, esa búsqueda es lo importante, ni Batman, ni el agua, ni el avión
cayéndose. Porque como diría su abuelita, uno no puede vivir como un barco a la
deriva, estudiando cuatro carreras diferentes, no terminando ninguna, uno debe
tener un plan, planear, como planea este avión sobre el río amazonas, Glenda
vuelve a distraerse y se imagina extendiendo los brazos y jugando a los aviones
con Tiago, su compañero de facultad, en las tarde de invierno en Ipanema.
Cayendo y riendo, borrachos, invadidos por la arena, escuchando el mar, acostados
en la playa viendo las nubes, el cielo azul, como esa aerolínea en la que
viaja, AZUL, AZUL de pilotos y azafatas de mierda. Y en el avión que aterriza
de manera aparatosa, una azafata con cara de robot de sonrisas fingidas les
dice que gracias, y que tengan un maravilloso día Azul. Y así es, querido
público, que a las 5 de la mañana Glenda aterriza en el pequeño y casi
desmantelado aeropuerto de San Blas, el lugar donde nació.
La voz guardó silencio algo así
como dos días. En lo que Glenda llegó a la casa de crianza, la de su abuela, y
arrojó su maleta al lado de la cama sin abrirla porque sabía que muy pronto
abandonaría San Blas. Se cree, porque la voz no recuerda muy bien lo que sucede
cuando ella no está activa, que en esos días Glenda se encontró con un par de
amigos de infancia, se cortó el cabello (la mitad rapado como un militar, la
otra mitad crespo y violeta cayendo sobre su quijada), compró piedras para
hacer aretes, se reencontró con un viejo amor con el que tuvo algo de sexo, y
terminó esa relación en una noche relampagueante de aguacero selvático y entre
rayo y rayo reapareció la voz.
Buenas noches querido público,
experimentamos un clima turbulento, Glenda presenta inundaciones en todo el
cuerpo, su visibilidad es nula por el tamaño de los goterones, y no puede
escuchar casi nada más que agua cayendo y relámpagos. El último de ellos ha
caído en algún lugar de San Blas, levantando chispitas a lo largo del cableado
público y provocando un apagón. Glenda camina por intuición en dirección a la
casa de Licha, el conocido salsero de San Blas. Rechina sus dientes y se
detiene cuando esta narración lo saca a colación, desespera por narrarse y se
sienta en un andén a llorar hasta que al menos su cabeza deje de escribirla.
Suspira. Silencio. Un motocarro se para frente a ella y le pregunta si necesita
que la lleven. El conductor, un indígena que habla mal español, insiste en
llevarla gratis, dice, por favor niña, protéjase de la lluvia y los truenos.
Ella sube al motocarro y le indica la dirección. ¿Está bien? Le ha preguntado
el motocarrista, pero Glenda no cede, y asiente con media sonrisa. El hombre
insiste: se ve triste. ¿Por qué está afuera con esta tormenta? Su relación con
Dios no va muy bien, ¿cierto?
Sí señores, ha preguntado por Dios.
Glenda para de llorar y lo mira entre curiosa y furibunda. ¿Con dios? Repite.
El indígena ha respondido de manera positiva señores, Glenda ha escuchado bien.
Con Yisus craist!
Anímese, póngase feliz, insiste
el conductor, por allá arriba están bailando, ¿no ve los truenos? Nosotros
debemos estar felices, y con los que nos quieren. Bueno, Glenda ha decidido que
Licha estará feliz con ella. Los dioses no han parado de bailar y estamos con
Glenda en la casa de Licha que la mira con curiosidad. Le ha servido dos tragos
de Chuchuasa, un vino local hecho de palma. Este hombrenonón, de dos metros,
piel bronceada, ejercitado, cabellos largos, crespos y canosos, se ha sentado
frente a ella algo así como dos minutos a mirarla como la mira siempre que
quiere que ella hable, con mirada de papá. Bueno Glenda, ya basta, ¿qué pasa?,
le ha dicho Licha. Ella se reacomoda en la silla y recoge sus piernas entre sus
brazos como una infante.
-No es nada Licha, usted sabe que
a veces me pasan estas cosas.
-Es por ese pibe… Glenda, vas a
tener muchos exnovios, dejáte de tanta guevada.
En la mesa de centro de la sala
Licha tiene un montón de revistas y periódicos viejos apilados. Ella los
observa curiosa, Licha parece desesperar y cambia la lista de reproducción de
fusión a salsa vieja. Suena Willie Colón. Mi sueño, Glenda sabe que es Mi sueño
porque era una canción que su mamá tarareaba cuando era pequeña. Bailaba sola,
cuando las dos vivían en el apartaestudio de la quinta, con el sol cayendo
directo sobre los pisos de cerámica haciendo más difícil la lucha contra el
calor. Pero doña teresa, la mamà de Glenda, sonreía y bailaba, un poco ebria,
en las tardes en las que no tenía que trabajar. En ese entonces, recuerda
nuestra heroína, Doña Teresa escuchaba Willie Colón y dibujaba con ella cosas
extrañísimas, casas caminando, insectos con órganos humanos, personas sin ojos,
oídos, piernas, todas reemplazadas por cables, alas, parlantes. Glenda siente
ganas de llorar pero Licha la interrumpe hablándole de los periódicos. Son,
cuenta el hombrenonón, de Lida, su mujer. Está haciendo una investigación sobre
noticias de San Blas. Glenda se acerca a ellos y revisa un par de 2005, casi
todos los titulares se refieren a la mina de oro. En uno de ellos ve el nombre
de su tío. Benavides. Es sobre la celebración del décimo aniversario de la
muerte de su tío por allá en el 2015. Al verlo en la foto reconoció su
parecido. Moreno, de ojos grandes y cejas pobladas, dientes y labios grandes.
Mira a mi tío, señala Glenda la
noticia. Licha lo observa por unos instantes. Murió hace bastante tiempo. Le
dice él. Y sí, murió, según lo que cuenta la abuela, porque Glenda no lo
conoció, porque lo enredaron con el problema de la mina de los buenahora. Se
rumoraba en esa época, que Guillermo andaba enamorado de la dueña de la mina, y
que el esposo de ella lo mandó a asesinar, a él, a su esposa, y a sus hijos.
Eso lo sabe porque para esa época la mamá Doña Teresa casi pierde a la propia
Glenda al conocer la noticia. Benavides, le dice Glenda a Licha, era una gran
persona.
No lo dudo.
Era un tipo correcto, sabes? La
abuela ceci dice que iba a ser muy importante. Fue el que primero se graduó de
la universidad de todos los tíos, y tenía un buen empleo en la gobernación.
Había hecho políticas bonitas, ceci dice que montó la casa de la mujer, y la
oficina para los gays, lesbianas y transexuales, y también hizo un acuerdo con
los indígenas para aumentar el comercio de frutas y verduras. Lo querían mucho.
Se parece a vos.
Si.
A vos también te quieren mucho.
Pon tus cosas en orden, y no te dejés morir tan joven como tu tío.
Él no se dejó morir. Lo mataron.
Licha ha guardado silencio y ella
lee la noticia del aniversario de la muerte. No queda satisfecha.
Silencio.
Llueve afuera y la voz no deja de
narrar todo lo que sucede. Glenda, menos inundada que hace unas horas, cuando
llegó a la casa de licha, recuerda que fue justamente a causa de la muerte de
Benavides que su mamá se aficionó al alcohol, que dejó a su papá, y que poco
después la dejó a ella.
Mi esposa fue una gran mujer
hasta que cumplimos 10 años de casados. Un día me hizo el almuerzo, como
siempre, y me dijo, a la mitad del almuerzo, pepito, yo hace seis meses
distingo a otro hombre, y quiero que esto de los dos se acabe. Y se fue. Y no
lo esperaba. Terminé las lentejas y me fui al billar. Luego dije, me tengo que
ir a la mierda, y cogí el mapa, y señalé el limite de Colombia con todo lo
demás, y me atrajo el tema de que era tan perdido que sólo se pudiera llegar en
avión, y me vine.
Entonces este hombre me dice que
no quiere ser millonario, y yo le digo que tampoco yo quiero serlo. Y habla de
la bondad y bla bla bla. Y yo le digo… pues… amigo, yo hace mucho tiempo me
vengo haciendo esa pregunta, uno pa qué vive? Porque no es para hacer plata, ni
para hacer el bien, pa qué vive usted. Y me dice, usted nunca ha tenido que
guerrearla no? Como si toda la gente que la guerreara se preguntara eso, como
si toda la gente de clase media se preguntara eso, como si toda la gente
millonaria se preguntara eso.
PLOT: la voz, el avión, la decisión: un proyecto
El proyecto: Alicia y Benavides
La resolución: el silencio al alcanzar el proyecto.
2. TRANSAMAZÓNICAS
Uno, dos, tres, cuatro, decía
Juancho Piquitos saltando con movimientos gráciles sobre la golosa. Evitaba el
cuadro número cinco donde estaba la piedra, y seguía, seis, siete, ocho, nueve,
y directo al CIELITO, eso era cuando
Juancho todavía se vestía como niño, e intentaba, infructuosamente, jugar
fútbol y la lleva con sus pares hombres; unos diabólicos niños que siempre lo
golpeaban y lo mandaban llorando a jugar con Glenda a las barbies o a la golosa.
Ojalá que Juancho Piquitos haya ido directamente al cielo y no esté en algún
lugar del purgatorio como dijo la abuela Ceci que les pasaba a las chicas como
Juancho Piquitos. Hoy el sol cae directo sobre las losas de los muertos, sobre la
cera derretida de tantas velitas rezadas en los pies de las lápidas que están
casi líquidas por el calor. Una chicharra canta tras el coro fúnebre, y la
estatua de yisus, con la mano extendida hacia el cielo y los pies en puntillas
como despegando a la salvación sobre la cúpula del templete del cementerio, se
presiente más caliente que todos. A Glenda se le parece al propio Juancho Piquitos
cuando se disfrazaba de Helenita Vargas y, en la zona negra del pueblo, se
subía a cantar vitoreada por las chicas chicos y por algunos indígenas y viejos
de la gobernación.
Es bastante loco que en el culo
del mundo (porque San Blas es algo como un ano verde que se lo están comiendo
las hemorroides) la gente camine desde la sala de velación (frente al
cementerio) hasta la iglesia (bastante lejos) y regrese de nuevo al cementerio
(frente a la sala de velación), caminando (¡!). Usan ropa blanca y en su
peregrinaje llevan flores en las manos detrás del carro fúnebre interfiriendo
con el poco tránsito de San Blas. También es extraño que la gente cante un
montón de canciones cristianas al modo indígena, un canto monótono, casi
impenetrable; pero lo más extraño es que muchas personas han venido al velorio
de Juancho piquitos, porque para nadie es un secreto que Juancho piquitos era
el propio paria de San Blas. Un gay muy loca, intransigente y con poder. A lo
mejor porque su muerte no tuvo nada que ver con sus haberes, sino con la
imprudencia de un motociclista borracho que hacia las tres de la mañana del
martes, después del partido de Colombia - Perú, cruzó el semáforo en rojo a
toda velocidad, y se llevó por delante a Piquitos borracho, transeúnte, que
volvía a la casa después de tremendo levante. Porque Glenda lo dejó así en la
esquina, diciendo que no se iba a comer al man que se había levantado porque
era un man de verdad, un man para algo serio, y Glenda, también ebria, se subió
en su moto y manejó despacio hasta su casa sin saber que Piquitos el enamorado
estaba agonizando en la mitad de la calle octava en el momento en el que ella
se desvestía para lanzarse en la cama a dormir un profundo sueño borracho.
Los zancudos atacan sin
misericordia porque ha llovido y ha hecho mucho calor. Y como Glenda no sabía
que la cosa era de blanco, se puso un vestido negro que hace que el sol la
abochorne más de lo normal. Al frente, casi sobre el carro fúnebre, de vuelta
al cementerio, está Paulina, una indígena de Tarapacá que conoció haciéndose
las uñas. Una chica con ese estilo de las chicas que se hacen chicas, pero muy
tranquila, casi como la misma Glenda, y lleva un vestido blanco que se le ciñe
al cuerpo y le abraza los pezones de hombre. Y Paulina le hace una sonrisa
trisque que, como todo lo de Paulina, no se sabe si es real o actuado, porque
para que ella fuera ella, tuvo que aprender a actuar lo que quería ser (una
mujer) y luego resistir las burlas, las miradas de asco, y los curiosos que al
verla sabían que estaba guapa pero que no era una mujer de esas que se hacen
llamar mujeres normales. Yo me la comería, es lo que piensa Glenda esa mañana
en el cementerio, la imagina desnuda, encima de ella (encima de Paulina) diciéndole
Sí con ese tono agudo que sale de lo grave.
Una trompeta fúnebre marca el fin
de la caminata en un cementerio de lápidas y bóvedas organizadas como en anaqueles
unas sobre otras, sin respetar ningún orden social o económico, todas desordenadas,
de mármol con incrustaciones de oro, de cemento y las huellas dactilares que
escribieron nombres sin cuidado, flores muertas, fotos descoloridas,
calcomanías de Mickey Mouse, Mario Bros, de angelitos vestidos de rosado o
azul. Sigue el coro monótono de Ave María, y Glenda escapa de la pequeña
multitud y vomita tres columnas más atrás, frente a la lápida de un tal Julián Gil.
El exnovio de Glenda
Cuando abrió
los ojos en el primer amanecer de San Blas, a eso de las cinco de la mañana,
fue raptado por una sensación de abandono que se concretaba con el traslado de
casi todos sus nuevos amigos. Los pocos que había logrado hacer desde que se
mudó a ese pueblo. Aquellos que soportaba y hasta había aprendido a apreciar
después de varias borracheras al otro lado del río, todos ellos habían sido
enviados a los campos de selva adentro. Pero no era sólo que se fueran los tres
pelagatos con los que podía sostener una conversación de más de diez minutos,
también estaba el tema de Glenda. Glenda desdibujándose grosera y torpe como si
el saber que se iba a ir desde el principio le diera licencia para perder el
estilo. Le dolió un poco esa ausencia de Glenda en el cuerpo, y en su erección
de ahora, durante el segundo amanecer de San Blas, que es algo así como a las
siete de la mañana, cuando el sol lo saca a uno del chinchorro por puro calor.
A Glenda la
conoció risueña en un bar. De fácil sonrisas y sexo, con ojos de historias
increíbles, grandes, perlados, y con preguntas risibles que le abrían camino a
sus sueños gaseosos. Porque ella siempre quiso una historia así, de viajes, de
caminantes, de protagonista de novela gringo, pobre y vagabundo de los años 40,
sólo que a ella no se le daba ese espíritu hipster. Él había llegado de uno de
los campos de selva adentro con esa barba de tres meses, sus cabellos largos, y
dos aguacates a un bar de mucha gente de Otra Parte, algunos traficantes, unos
soldados, y muchos, pero muchos artesanos, y entre la cerveza que agarraba y
los aguacates, uno cayó enfilado a los pies de Glenda que, torpe, lo pateó,
tropezó y salió invicta levantándolo y entregándoselo. ¿Quieres aguacate,
Glenda? Porque ya se sabía su nombre, porque ya la había visto caminar por ahí,
porque ya le había parecido linda, pero le había dado pereza hablarle,
coquetearle, levantársela, y ella le respondió que no, que gracias, que ya
tenía en su casa. Y él estalló en una risa amable y le dijo que muy educada ella,
que ya tenía tantos aguacates, y ella le dijo que no era por antipatía, sino
que no quería que se gastara sus aguacates en ella, y se fue. Glenda se sentó
en una mesa de gente de cara de amigos geeks, de muchos tenis y aire
acondicionado, y jugó con ellos Solo Uno en el bar toda la noche.
Y es un poco
triste, para el exnovio de Glenda, que todo le haya salido tan mágicamente mal,
porque fue como si alguna barrabasada de Paulo Coelho se hiciera realidad y el
mundo hubiera conspirado en su contra. Cuando Glenda lo invitó una tarde a
tomarse un vino al único café con aire acondicionado y música hipster de San
Blas, el pobre exnovio de Glenda andaba alucinado pensando que esa sería la
forma de la chica mitad San Blaseña, mitad Pereirana, de decir gracias por el
tremendo sexo oral del día anterior, y él le iba a decir que se fueran a
toquetearse a la Cueva Negra, en el campamento número cuatro de selva adentro a
donde lo acababan de trasladar. Pero la conversación comenzó y terminó
catastróficamente. Primero con el exnovio de Glenda atragantándose con el mal
Merlot que le habían servido, pues ella había preguntado ¿y es cierto que tú
tienes algo con Dolores Serrano?
¿Y cómo
explicarle que no?
-No Glen, no
tengo nada con ella.
-Entonces, -dijo
ese día la chica, -¿por qué hay unas fotos de ella en tus archivos del
trabajo?...
¿Por qué le compraste
regalos en la boutique de Mireyita?...
¿Qué hacías en
la Canoa comiendo el día de la fiesta de su cumpleaños? …
Y, por favor,
explícame cómo es que su hijo tiene tu apellido.
Y el exnovio
de Glenda fue incapaz de explicar, porque ante todas las pruebas, hasta él
dudaba de si tenía algo o no con Dolores Serrano. Luego de negarlo, y renegarlo
durante horas, Glenda se levantó de la mesa y se convirtió en esa bruja extraña
con la que convivió el siguiente mes, una mujer que se sentaba a comer atún con
aguacate en el mesón de la cocina y le decía ¿qué va a comer el Doctor Serrano?
Esa que aparecía después de sonreír de placer en las mañanas, que abría los
ojos airada como reconociéndolo después del sexo, y le preguntaba si le había
enviado la mesada a junior.
Era realmente
imposible explicarle a Glenda por qué todos esos indicios se unieron
casualmente para que pareciera que él tenía una relación con Serrano, a lo
mejor por esa certeza nunca se gastó el tiempo de explicarle la verdad.
Y una mañana,
antes del segundo amanecer de San Blas, Glenda se había mudado a la casa de su abuela
a las afueras del pueblo. Para enterarse de ello, tuvo que seguirla en su
bicicleta durante días, alcanzar el bus intermunicipal que Glenda tomaba en las
tardes al salir del trabajo del que se bajaba en el kilómetro 14 vía a San Juan
del Río Seco, y caminar en silencio por un camino hecho de pasos siguiéndola
sin ser visto hasta la casona de su familia. Dejó de verla dos meses, en los
que viajó al campamento de selva adentro, y cuando regresó la encontró riendo a
carcajadas con un travesti, comían helado como colegialas, ella miraba dulce
con su mechón de pelo morado y crespo cayéndole con gracia sobre su mejilla.
Glenda le
hubiera dejado de molestar si no fuera por Margarita, una wanna be de Otra
Parte que al parecer se volvió su íntima amiga durante la separación. Él no
tenía ni la menor idea de quién era ella, sabía que andaba por ahí una chica
que amaba la cerveza y era tan crespa como Glenda, pero de cabello abundante y
rojo, y trabajaba en San Blas por una temporada como todos esos funcionaritos
perdedores de Otra Parte que llegan al pueblo. La conoció porque uno de sus
compañeros se la estaba follando, o lo intentaba, en realidad le importaba
cinco pesos lo que hacía el Cristiano con su pija, pero andaba prendado de la
pelada que cuando se le sentó al lado en el bar, con el grupo, lo miró
fijamente y le dijo, yo que sé quién eres, tu eres el exnovio de Glenda.
Ser el exnovio
de Glenda lo aturdió a tal punto que debió decirle primero que su nombre no era
ese, y nunca supo si la wannabe lo llamaba así por torpe o por perra, lo cierto
es que nunca tuvo el decoro de llamarlo por su nombre. Y era una ridiculez porque la pendejita esa hasta le
caía bien, y podía ser algo interesante, sino se aferrara a la memoria, y a la
presencia de alguien como Glenda, que era otra fantochita moviéndose por el
pueblo como la más progresista nueva onda y alternativa, ahora sí algo
perturbada desde que trabajaba con esa partida de maricas desocupados que no
tenían trabajo y se la pasaban acabando con los subsidios para investigación de
la gobernación con proyectos “culturales”. Lo segundo que le dijo a Margarita es que
nunca más le hablara de Glenda, porque al final ni valía la pena. Las viejas
como Glenda son de ese estilito profundo vacío, si por casualidad le
preguntaran cuál es su color favorito, respondería una chabacanería del tipo,
el dolor rojizo de las supernovas a punto de estallar. Y vaya uno a saber si
ella tiene alguna idea de astrofísica, o si lo dice porque encontró una
laminita del álbum natural con alguna imagen ochentera de lo que los físicos de
entonces pensaban que era una supernova. Glenda tiene esta inhabilidad social
de hablar de temas hipposos de manera natural, como si mencionara el clima, el
precio de la leche, el estado de las vías, el caudal del río.
Se levanta del
chinchorro a las nueve de la mañana, un poco hastiado por recordar a Glenda.
Desayuna un aguacate con atún, se lava los dientes buscando en su pequeño
apartamento las llaves de la moto. En el closet lee por casualidad el titular
de una nota de prensa de un periódico que la misma Glenda había dejado ahí
antes de mudarse y que él no había botado por pereza, hastío, o comodidad. Lo
cierto es que lee la nota que relata el décimo aniversario de la muerte de un
tal Guillermo Benavides, un funcionario de la gobernación reconocido por ser
“correcto, leal, y siempre activista del partido de la unión”. Al verlo se le
pareció a Glenda. Con los ojos perlados y las cejas pobladas. Guardó el
periódico en el morral y salió de su casa.
Primera carta de
Benavides
Julio xxx 2005
Y si te digo
que te quiero sería tan extraño como cuando la señora Paola comenzó a rascarme
la barriga, a morderme las orejas y, sin que me diera cuenta, me lanzaba esos
“te quiero” con casa, hijos, carro y cosas que de verdad yo no quería. Las
personas de San Blas están muy locas, aunque no tanto como nosotros dos huidos
en esta selva. Y yo no te quiero, ni querer quiero. Pero si te digo que te
quiero sería un drama muy enredado porque tú y yo estamos locos Lucas, y te
agarraría de la mano y no te soltaría, ni dejarte dar el sol en las piernas,
Flaca, te diría cosas que no deben ser dichas y lanzaría otras secreciones que
es mejor que no sepas, porque tampoco te digo que te quiero.
Pero me gusta
esto de quererte sin hacerlo, fantasear con el deseo de alguien sin nombre como
si al hacerlo se le fuera la vida. Y mira que nunca le había sacado el gusto a
causas perdidas ni a estremecimientos inventados. Algo tendré que hacer sobre
esta mujer inventada que antes de ser ficción dejó su nombre, su cuerpo, su
risa perturbadora, y uno de mis mejores cinturones amarrado a la cama del único
motel de San Blas.
Y esa historia
que se olvida, se inventa y no existe tiene una imagen y una situación
geográfica, una mujer perdida en una cueva, vigilada por el chorro de una
cascada, una mujer con los ojos fijos en otro espacio y en otro tiempo. Así te
soñé antes de verte por primera vez en la plaza, preguntando direcciones y
caminando de la biblioteca a la iglesia y luego a la inspección de policía. Una
mujer delgada, morena y de ojos claros, como tú, tragada por la selva. Salvo
que yo no soy pendejo, y no te digo que te quiero porque esa mujer no eras vos,
era yo en tu cuerpo a punto de morir en la selva.
Sin quererte,
Flaquita.
Benavides.
GLENDA
El inevitable calor de San Blas
me hacía sudar en cantidades alarmantes. Pero estaba muy cansada, entredormida,
con microsueños de un ranchero mexicano por la música que mi vecino reproducía
a todo volumen sin consideración del sol, Vicente Fernández. Era la gripa
infernal la que no me dejaba prender el ventilador y me separaba del cigarrillo
y del alcohol. Naturalmente, sólo me quedaba el sexo, y cuando estaba a punto
de levantarme a buscar mi dildo, mi fiel compañero de ansiedades y calores, me
llamó Margarita diciendo que estaba abajo, que me arreglara en dos minutos
porque íbamos por un jugo y alguna aventura. Todo era mejor que ese calor y esa
gripa y bajé luciendo un desastre, con las narices y los cachetes colorados,
una blusa enorme y sin mangas para paliar el calor, y un short raído.
Margarita, lucía peligrosamente feliz, y a esa peligrosidad se le sumaban sus
cabellos rojos ensortijados que por desordenados la hacían ver temeraria. Nunca
se lo comenté, pero siempre tuve la sospecha de que sufría de algún trastorno
mental entre la euforia y el narcisismo. Era como una pequeña niña que fumaba y
reía hasta que se desdoblaba y se convertía en la tía Maruja y hablaba del
deber ser de las cosas como si en realidad se tomara el mundo en serio, y
agrandaba sus ojos diciendo que no aceptaba la gente falsa o cosas por el
estilo. Ese día andaba tan sonriente que supe de inmediato que tenía un plan,
un plan con alguien más y que me llevaría porque no soportaba estar sola. En un
pueblo tan pequeño, se anda acompañado por los rumores que se dicen de uno.
Sólo hay un bar de rock, cinco restaurantes, y unos pocos espacios
relativamente decentes de consumo a los que íbamos casi todo lo días tratando
de intercalarlos para no morir por aburrimiento.
Juancho Piquitos, dijo esa tarde
Margarita, quería hablar con nosotras. Esperamos el bus con las piernas blancas
dobladas sobre la calle, pues el calor y la demora nos hizo sentarnos sobre el
andén sudando desesperación. Se escuchaban los grillos y los pájaros, y el
calor húmedo que se nos venía sobre las espaldas proveniente de los árboles de
selva que rodeaban la carretera nos aplastaba el ánimo. Ella llevaba un
sombrero de abuelita que salía completamente de lugar con su pantalón y blusas
negras, pero a nadie en este pueblo en realidad le importa cómo se viste la
gente de Otra Parte, o será por lo que somos de Otra Parte que dejamos de
vernos y de importarnos. El bus debía llevarnos a Río Negro, y allí tomaríamos
un jugo con Juancho Piquitos mi gran
amiga de infancia. Juancho le había dicho a Margarita que había conocido a un
tal Uriel Gutiérrez. La historia era algo así como que el tal Uriel, conocido
de Marcos, el novio de Juancho Piquitos, había escuchado una conversación entre
Margarita y yo sobre el hip hop y el arte urbano, y en particular se interesó
en lo que mencionamos sobre las chicas trans raperas. Uriel venía pensando en
explotar algún tipo de servicio desde o para (no lo tenía claro, nos explicó
después) las travestis porque hay muchas en estos dos pueblos y nadie les ha
puesto más que problemas y trabas. Según le explicó Uriel a Marcos, es que casi
todas las travestis trabajan y tienen dinero, y ahí hay un mercado sin
explotar. Juancho Piquitos, como activista gay de San Blas, que tiene contactos
y sabe del tema, y algo de dinero para invertir, le dijo a Uriel que más que
montar algún servicio específico, por qué no pensaba en un centro cultural (es decir, café, teatro, peluquería, librería,
taller de danza, ejercicio, estética, museo, bar etc) y que todas, todas las
noches impulsara la movida gay.
Y ahí entrabamos nosotras. Según
Margarita, porque nosotras habíamos viajado mucho, y mandábamos una onda medio
lésbica, pero en realidad, y lo que entiendo, es porque tenemos muchos amigos y
amamos a las chicas trans. Además somos muy escandalosas e infantiles y las
chicas nos tienen algo de lástima juguetona.
Margarita estaba saltando
tratando de quitarse la abeja imaginaria que se había enredado en su cabello,
los chulos que estaban pavoneándose al lado de la carretera salieron volando
espantados por el pito del bus, miré con cara de aburrimiento su llegada,
porque salir de mi casa suponía un posible encuentro con mi ex, y no sabía si
quería verlo.
_________-
Hablando de algo así fue como dio
con el tema de Julián Franco. Fue con un “caminante”, nombre que asigna a esos artesanos hippies
que andan navegando por el Amazonas y construyendo collares, aretes, pulseras
de semillas y xxxx fibra de xxx árbol.
El nombre de Julián Franco surgió
una noche con pickyfly. Ella había pasado un día de mierda, porque la motobomba
que succiona el agua freática para su casa se había arruinado, y se le dio por
llamar a Pickyfly, el vagabundo más guapo del mundo, porque en su concepto,
pickyfly era como un bob el constructor del amazonas, y lo que sucedió es que
el hombre se fumó un porro de marihuana tan poderoso que terminó arrancando la
tubería y pasando la tarde entera buscando un indicio de agua freática en el
patio de Glenda para volver a enterrarlo. Entonces se desgarró tremendo
aguacero con el que recogieron agua para los baños ante las miradas de reproche
mamá Ceci que desde el principio sabía que si no se contrataba a un plomero la
motobomba no iba a funcionar. Pickyfly dejó la tubería en el patio y cayó
profundamente dormido en la cama de Glenda mientras ella casi arrancaba sus
falanges con los dientes de pura desesperación de no poder hacer nada. Entonces
le dio por esculcar el morral que el vagabundo había traído, y entre unas
camisas terriblemente apestosas, unas semillas y una gaseosa, encontró un
cuaderno y un libro sobre la selva. El libro tenía montones de comentarios al
margen, flechas que relacionaban ideas, dibujos, signos de interrogación y
otras cosas ilegibles.
Encendió un cigarrillo y de su
celular, con la pantalla rota, eligió el álbum the stranges days de the doors,
y en un movimiento suave se sentó en la cama, recostándose sobre la espalda de
picky fly y abriendo con gusto el cuaderno, que supuso sería una especie de
diario del vagabundo. Estaba lleno de malos dibujos que en trazos groseros
hacían casi siempre formas de rostros de mujeres, arboles, hojas, y una que
otra teta. La primera pregunta que le llamó la atención, porque picky fly
escribía en preguntas larguísimas atravesadas de comas, y puntos y comas, y
degradadas entre paréntesis, era: ¿cuánto tiempo toma para que un viajero,
viajero viajante, viajero vagabundo, viajero huido (de esos que se van y se
transforman y cuando vuelven no tienen nada), comience a sentirse lugareño a
dónde llega (y cuánto le toma después para decidir irse de nuevo antes de que
se quiera quedar?)?
Estaba bajo el trazo del rostro de una chica de ojos
pequeñitos y desviados.
Una entrada relativamente larga para su estilo: no hay tal
mierda esa de que la naturaleza fluye, el mundo fluye, la vida fluye. La cosa
es a los trancazos, cuánto habrán sentido de verdad estos hippies de mierda que
ni dignidad tienen para odiar, que fingen amor y la única sensación legítima y
real que sentirán será algo de resentimiento.
La sabiduría del cuerpo, me dijo, que brilla solito y se le
sale lo que realmente es.
Junio 20 de 2016.
A mi cuñado se lo
llevaron los delfines. Me dijo, le pregunté si se ahogó en el río y me aclaró
que no, que se había ido con los delfines, a dónde? Dije, con los delfines, no
le digo? Se fue a hacer un ritual y muchos delfines llegaron y se lo llevaron,
eso fue hace ocho años. Que buen momento para recordar esa conversación, en la
mitad del Lago Sin Fondo, sintiendo los mordiscos de los pescados diminutos en
mi piel. Y me hundo y sueño de nuevo, como si todo lo que ya pasó, y se olvidó
fuera real, y se mezclara con imágenes doradas de cosas que no han pasado, ha
de ser por el porro que imagino un edificio grandísimo en dubai, al que un
avión acaba de estrellar, y todos saben que el edificio sobrevivirá, pero el
avión y sus pasajeros no. Salgo a respirar y me dicen que hay un delfín rosado
cerca. Me preguntan si tengo la menstruación, digo que ya se está yendo y el
indígena que comanda la chalupa me dice que me suba al bote de nuevo entre
risas y preocupado. Subase ya. Me extiende la mano pero por el temor me hundo,
e imagino, o tal vez no, que el delfin me jala hacia abajo, y me hundo y me
ahogo, pero antes veo al cuñado del mototaxista de parranda con un grupo de
delfines jugando cartas, y la mando del indígena me tira hacia arriba y salgo a
la superficie y con un segundo tirón estoy en el bote. Y en el bote del lado
dos jóvenes se han lanzado a buscarme, uno de ellos sube detrás de mi, y me
mira con rabia y preocupación. Estoy bien digo mirando al suelo, mis pies, el
pie drecho desde el que el delfin rosado me había tirado. Yo no lo vi entonces,
a Camilo, no lo vi, ni le reconocí, ni le presentí, ni supe que desde entonces
se había aprendido mi nombre, y mis piernas y mis senos. Eso lo supe después
cuando le conté la hitoria del delfín.
Agosto 16
Y Glenda mira girar las aspas del ventilador. Están sucias.
Por más que ella intente extender sus brazos y piernas, al estilo del hombre de
Da vinci siente que el calor se le mete por los poros, impulsado justamente por
el ventilador. Suspira. Todo es igual, susurra.
Pero no como escobar lo dice, no todo es igual por ser luz, luz y los días,
días, como si se repitieran unos tras otros. No todo es igual así, todo es
igual porque no pasa nada cuando no todo es igual, cuando todo se sale de
control. Se suceden una serie de torbellinos que en serio producen derrumbes
espectaculares de edificios de sentido, pero una vez se acaba todo, el significado
se reasienta, y todo vuelve a ser igual. Su desnudez en el suelo, la sed, el
ventilador desplazando aire caliente.
Los mismos de siempre jugando los mismos aburridos juegos de siempre,
con las mismas putas palabras. todo es igual.
Y lo entendió de nuevo, porque como todo es igual este tipo
de ideas ya las había analizado, cuando estaba con alex, algo entre divertido y
adrenalinoso, sin compromisos pero íntimo, de besos en la calle sin luz viendo
las estrellas más brillantes, de agarrada de pierna en la moto a 120 km por
hora, de embate en la cama y falta de ritmo. Y todo es igual por acción
(follártelo cuando no te interesaba) o inacción (porque de no hacerlo estaría
en el mismo punto de ahora).
-Qué estoy escribiendo y de qué se trata esto:
Personajes
GLENDA
EL EXNOVIO DE GLENDA
-ARGUMENTO:
Glenda es una especie
de migrante, hippie que está buscando a Alicia Buenahora, una examante de su
tío asesinado 10 años atrás por la guerrilla, ella misma desaparecida. La busca
porque encontró una carta de su tío para ella.
Glenda es de San juan
del Río Seco. Estudió varios semestres de arte, historia y psicología en la
universidad de Pereira, nunca se graduó, y está pasando una temporada en san
blas. Tiene un exnovio.
La historia se trata
de ella montando un centro cultural trans con mujeres que alguna vez han oído
hablar de Alicia.
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